Monterrey cuenta con algunos cantos representativos, como el “Shotis Monterrey” de Aliber Medrano o el de Pepe Guízar, que comienza interpretado magistralmente a capela: “Monterrey, tierra querida, es el cerro de la Silla”, o la canción tan hermosa que interpreta Marilú Treviño. La más conocida de todas fue compuesta en 1942 por Severiano Briseño, un cantautor nacido en 1902 en San José de las Canoas, San Luis Potosí. De niño vivió en Tampico y formó parte del trío Los Tamaulipecos que participaron en la película “Cuando lloran los valientes” (1945), en donde también Pedro Infante cantó un singular y desconocido corrido dedicado a Monterrey, que comienza: “Desde lo alto del cerro de la Silla, estoy mirando a mi lindo Monterrey”.
Gracias a su composición, don Severiano Briseño alcanzó la fama artística y en señal de agradecimiento, tanto las autoridades como los principales industriales de Monterrey decidieron respaldar su carrera y lo nombraron hijo predilecto de la ciudad. El corrido se puede cantar fácilmente por la sencillez de la letra y lo pegajoso de su música. La pieza musical se popularizó cuando la interpretó Pedro Infante en la película “Escuela de Música” (1955), en donde personificó a Javier Prado quien al tomar un tequila, se inspira para cantar acompañado por una orquesta de señoritas dirigidas ni más menos que por Libertad Lamarque. Y desde entonces, la canción se hizo tan conocida que no puede faltar en fiestas, reuniones o eventos en donde se resalte la historia y la identidad de ser de Monterrey.
Durante una gira que el trío Los Tamaulipecos hicieron en Mazatlán, le preguntaron a don Severiano qué era lo que más le gustaba de Sinaloa y contestó: “sus mujeres y la tambor”. Alguno de los presentes le reclamó: “Oye, ¿qué le ves a Monterrey que no tenga Sinaloa? ¡Házle un corrido a Sinaloa para estar igual! Y en consecuencia compuso “El Sinaloense”. Don Severiano dejó de existir el 6 de octubre de 1988, dejando un legado de gran valor para el acervo de la música popular mexicana.
A decir verdad me da la impresión de que don Severiano no conocía muy bien Monterrey, a tal grado que incurre en algunas imprecisiones. En la primera estrofa del corrido dice: “Tengo orgullo de ser del norte, del mero San Luisito, porque de ahí es Monterrey, de los barrios el más querido, por ser el más reinero, ¡sí señor!, barrio donde nací.” El barrio de San Luisito, llamado así porque en él se congregaron artesanos procedentes de San Luis Potosí que llegaron a la construcción del palacio de gobierno del Estado. Para ello Bernardo Reyes mandó traer cantera rosa de San Luis Potosí y quien mejor que los labradores potosinos para trabajar las piedras. En 1910 el barrio San Luisito se convirtió en la colonia Independencia. Pero Monterrey no está precisamente en el norte, más bien en el noreste mexicano y Monterrey no es de San Luisito, más bien al revés. Prueba de ello es que había un puente llamado así y que ahora se llama del Papa que comunicaba al viejo Monterrey con el popular barrio. En efecto, a los habitantes que pertenecían al Nuevo Reino de León, les llamaban reineros.
La segunda estrofa reitera el orgullo por el solar patrio: “Y es por eso que soy norteño, de esta tierra de ensueño, que se llama Nuevo León, tierra linda que siempre sueño y que muy dentro llevo, ¡si señor!, llevo en el corazón”. A decir verdad, en eso no se confunde don Severiano. Pero cuando se piensa en el norte del país, regularmente se vienen a la mente Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.
En la tercera estrofa, se refiere al principal distintivo y símbolo de Monterrey: “Desde el cerro de la Silla, se divisa el panorama, cuando empieza a anochecer, de mi tierra linda y sultana, y que lleva por nombre, ¡si señor!, Ciudad de Monterrey”. El 2 de junio de 1961, el ingeniero Rocatti, Jesús Fernández, Angel Rodríguez y otra persona de la cual no tengo su nombre, perecieron en un accidente cuando probaban el teleférico que estaba en la Ciudad de los Niños, obra auspiciada por el padre Carlos Álvarez. El teleférico llegaba hasta un mirador situado en el cerro de la Silla. Desde entonces el proyecto espera el sueño de los justos para ser revivido como uno de los atractivos turísticos más importantes de la considerada “Ciudad de las Montañas”. Pero en el año en que fue compuesto el corrido, era improbable y difícil el acceso hacia la montaña como para decir que desde ahí se podía ver el atardecer regiomontano. En realidad, el cerro de la Silla no está territorialmente en Monterrey: pertenece a Juárez, Guadalupe, Santiago y Allende.
Monterrey debe su nombre al entonces virrey de la Nueva España, don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, cuyo origen está situado en Galicia. De ahí que una vez el pensador Gutierre Tibón se preguntara el por qué le decían Sultana a Monterrey, si esa región gallega no estuvo ocupada por los árabes. Parece ser que el título de la Sultana del Norte, tiene que ver con la categoría de la capital industrial de México, con la presencia de palestinos y libaneses que se asentaron en Monterrey desde fines del siglo XIX y principios del XX y por el famoso equipo de beisbol conocido como Sultanes.
La siguiente estrofa tiene que ver con la zona citrícola, que tanto promovió don José A. Robertson, un empresario norteamericano que llegó en la década de 1880 durante la construcción de las vías de ferrocarril hacia el Golfo. Un hombre al que se le debe la fundación de la compañía de Agua y Drenaje, la ladrillera y del primer juego de beisbol ocurrido en México y tal vez en América Latina, en la estación San Juan de Cadereyta Jiménez. “En sus huertos hay naranjales cubiertos de maizales, con sus espigas en flor, y en sus valles los mezquitales curvean caminos reales, ¡si señor!, bañados por el sol”. Si había naranjales en Monterrey y en otros municipios ahora conurbados, pero los mejores naranjales estaban y están en Montemorelos, General Terán, Cadereyta y Allende. Tampoco concibo los naranjos cubiertos de maizales. En los montes y caminos abundaban los mezquitales, ahora tan dañados por la sobreexplotación de carbón vegetal, muy bueno y recurrente para las carnes asadas, desaparecidos por la voraz mancha urbana sin un crecimiento adecuado.
En la última estrofa, recurre al orgullo de ser regiomontano: “En mi canto ya me despido cantando este corrido, que es de puro Monterrey; ese suelo tan bendecido, de todos muy querido, ¡si señor!, verdad de Dios que sí”. Aunque el 85 por ciento de la población de Nuevo León viva en la zona metropolitana, entre los que destacan Monterrey como capital y otros ocho municipios, el resto de los 50 municipios también son de puro Nuevo León y que también se sienten muy contentos y orgullosos cuando cantan éste corrido. ¡A poco no!
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina