Continuamente escuchamos decir que México posee una de las democracias más recientes en el mundo. No estoy de acuerdo con ello. En primera instancia por que pretenden justificar los derivados y resultados de las elecciones. Y luego, porque a decir verdad, no creo que exista una democracia en un sentido amplio. La concibo como una utopía que nos indica el fin a conseguir, pero no que ya la hayamos conseguido, definitivamente. Pensadores como Enrique Krauze consideran que a partir del año 2000 el ejercicio democrático se formalizó en México. Para ser más precisos, el Instituto Federal Electoral se creó el 11 de octubre de 1990, supliendo al Comisión Federal Electoral, que en su tiempo perteneció a la Secretaría de Gobernación.
Desde hace 22 años, el IFE es responsable de la organización y de la elección de aquellos que aspiran a un cargo de elección popular, como lo es el presidente de la república, los miembros del congreso de la Unión formada por las dos cámaras: una conformada por los diputados y otra por los senadores. Sin olvidar la vigencia de los otros dos niveles de gobierno, cada estado y todo municipio en México, mantienen una comisión, instituto o junta electoral responsable de los procesos de elección de sus funcionarios.
La Comisión Federal Electoral trabajó como tal desde 1958 a 1989. Y su función era similar a la del IFE: gestionar y controlar los procesos electorales en nuestra nación. Ante las dudas e irregularidades ocurridas en 1988, como aquella, durante la noche en que se cayó el sistema y la posibilidad de que Carlos Salinas de Gortari llegó sin la legitimación de todo el electorado mexicano, urgieron la formación de un instituto formado por ciudadanos, regulado por las leyes en materia constitucional y electoral; descentralizado del poder público y al margen de toda tendencia partidista. Lo cual también considero algo difícil de alcanzar pues todos tenemos alguna simpatía por alguno de los candidatos o posturas que los partidos nos presentan.
Me voy a permitir exponer desde el punto de vista histórico mi sentir. Propiamente no se puede hablar de un sistema democrático existente durante el virreinato: manteníamos un sistema teocrático en donde el rey de España gobernaba y administraba sus posesiones y riquezas. Para ejercer el gobierno nombraba virreyes. Había cinco en Iberoamérica: la Nueva España, la Nueva Granada, el Río del la Plata y el del Perú pertenecientes a España y el del Brasil correspondiente a Portugal. El virrey era representante del rey, vice patrono de la Iglesia, superintendente de la real Hacienda y capitán general del ejército. Entre 1535 y 1821 hubo 62 virreyes: desde Antonio de Mendoza hasta don Juan de O´donojú. También existía la figura de la capitanía general, cuyo funcionamiento era similar a las de un virrey, pero era un militar quien ocupaba el cargo. Por ejemplo, toda Centro América formó parte de la Capitanía General de Guatemala. En cierta forma, el virrey vino a suplir los mismos atributos que mantenía el emperador mexica: representante terrenal y sacerdote supremo del dios Huitzilopochtli y comandante de los ejércitos, cuya elección no era hereditaria y se apoyaba por un consejo de ancianos. Si todo esto lo situamos en una línea de tiempo, diré que entre el siglo XIV y el XVIII el poder religioso, político y económico estaba en las manos de una misma persona. En consecuencia, se tenía muy definida la idea de que el poder llegaba de arriba y debía ejercerse ante los de abajo.
De igual forma, los constituyentes de Cádiz propusieron un sencillo pero efectivo sistema de elección y representación popular. Cuando México obtuvo su independencia en 1821, se convirtió en imperio. Tres años después se adoptó el sistema republicano federal de acuerdo al modelo clásico del equilibrio de los tres poderes de Montesquieu. No obstante, las costumbres estratificadas y unilaterales continuaron, a tal grado de que el poder ejecutivo pronto se hizo del apoyo incondicional de los otros dos poderes a los que sometió: el judicial y el legislativo. Solo un actor histórico hacía temblar al presidente de la república y en 55 ocasiones entre 1821 y 1855: el ejército.
Ciertamente que el siglo XIX fue testigo de la inestabilidad política y social que padeció México. Prueba de ello es el número de cambios ocurridos en la presidencia de la república y en el número de constituciones políticas: la de 1812 de Cádiz y la 1813 en Apatzingán, las cuales casi no tuvieron vigencia o aplicación. La de 1824, 1857 y la de 1917, de corte federal, a las cuales corresponden también las reformas de 1833 y 1857. La de 1836 y la de 1844 consideradas como centralistas. Estas últimas llamadas así por que concentran todo el poder en una persona o institución política, que lo mismo designa ministros, diputados y gobernadores. Estos últimos nombraban a los congresos locales y respectivos cabildos, en donde predomina la figura del ilustre Antonio López de Santa Anna entre 1835 y 1855.
En el siglo XIX había elecciones aunque no todos votaran. Hemos tenido cuatrienios y sexenios; aunque entre 1824 y 1982 se registraron algo así como 117 cambios de titular del poder ejecutivo. Antes del establecimiento del periodo sexenal en 1934, se dice que los únicos presidentes que completaron sus cuatrienios fueron Guadalupe Victoria entre 1824 y 1828, Manuel González entre 1880 y 1884, Álvaro Obregón entre 1921 y 1924 y Plutarco Elías Calles de 1924 a 1928. A decir verdad, también lo hizo don Porfirio en 1884, 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y debía gobernar entre 1910 y 1916, pero el movimiento armado derivado del Plan de San Luis le cortó sus aspiraciones. En todo caso lo hubieran dejado pues murió en 1915. Por cierto, la frase de “Sufragio efectivo, no reelección”, don Porfirio la enarboló en contra de las reelecciones que también Benito Juárez tuvo: de 1857 a1861; 1862 a 1866 y 1866 a 1872. Si Juárez no hubiera muerto, habría terminado su mandato en 1876.
Curiosamente a los mexicanos nos gustan los periodos largos. Así lo sostenía Carlos Fuentes: casi 300 años dependimos de España, de los cuales, 180 estuvimos bajo el amparo de los Habsburgos y 120 de los Borbones; 20 años con Santa Anna, casi 16 con Juárez y 30 con don Porfirio; 71 años con el PRI y 12 con el PAN. La historia del México contemporáneo está marcada por docenas: la trágica ocurrida entre 1970 y 1982; la mágica entre 1988 y 2000 y la panista desde el 2000 hasta este 2012. Siempre y cuando no había intervención militar, extranjera o guerra civil, sin necesidad de que los militares tomaran el control político, se verificaban elecciones. A veces el congreso actuaba como “vox populi”. En tiempos de bonanza había votaciones. Los cabildos se renovaban cada año. Como no pagaban, muchos le sacaban la vuelta a los cargos. Por eso es muy común encontrar nombres que se repiten en los listados de los alcaldes, todavía hasta mediados del siglo XX.
Plutarco Elías Calles formó un partido para iniciar la era de las instituciones y concluir la era de los caudillos, que tanta influencia tuvieron entre 1913 y 1928. No obstante, a Calles le atribuyen la primera elección del México moderno, pero también su primer fraude electoral, cuando ganó Pascual Ortiz Rubio y perdió el gran José Vasconcelos. Mientras algunos países de Iberoamérica tenían regímenes dictatoriales, México consolidó un sistema efectivo llamado por Vargas Llosa la dictadura perfecta entre 1934 y 1994. En ese tiempo, data del 17 de octubre de 1953 el voto a la mujer. Vivimos una etapa de transición democrática y esa fue la gran deuda de Fox y Calderón. No pudieron o quisieron consolidar. Va de nueva cuenta hacia atrás.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina