Al iniciar el segundo milenio, se propagaron diversas creencias y teorías que colocaban al fin del mundo como algo cercano. El hombre del medioevo pensaba recurrentemente en la figura del anticristo, del último emperador y de la llegada del papa angélico. Un religioso de la orden de Clunny, llamado Adso Dervensis, se refirió al anticristo como el enemigo de la fe cristiana. En lugar de llevar esperanza a la tierra, provocaría males y divisiones. Dadas las muestras de antisemitismo imperante, decían que el anticristo sería un judío presentado ante los demás como un mesías. Todo hombre contrario a las buenas costumbres y a las enseñanzas de la Iglesia fue considerado en su tiempo como la encarnación del anticristo. En un ambiente de pugna entre el mundo terrenal y el ámbito espiritual, no faltó quien etiquetara a la santa sede como lugar de residencia del anticristo.
Entonces para justificar el triunfo del bien sobre el mal, se recurrió a la lectura y a la interpretación de las profecías bíblicas, lo cual propició la aparición de profetas y videntes que alucinaban una etapa escatológica. Fueron religiosos y monjes quienes interpretaron el pasado, el presente y el futuro a la luz de las sagradas escrituras. Por eso apuraban el cumplimiento de las señales que vaticinaban profetas como Ezequiel, Daniel, Isaías, Jeremías o Juan, entre otros.
Era urgente ubicar temporalmente las señales de la venida del anticristo para estar preparados. En el siglo XIV, un franciscano de origen francés, Juan de Rocatallada, en su “Libro de los eventos secretos”, pronosticó la venida de un último emperador y de un último papa al que llamaron angélico. Un papa sabio y anciano, cuya elección sería coronado por ángeles. Terminaría de una vez por todas con las rivalidades y el excesivo poder temporal de los pontífices, emperadores y príncipes.
La Iglesia también se involucró en el milenarismo, anunciando el establecimiento de un reino final en la historia, en donde el pontífice romano será un protagonista en el cual se reunirían el ámbito terrenal con el espiritual. Tal vez esta visión tiene que ver con un mito bizantino respecto al último emperador, que extrañaba la unión de sus dominios, después del cisma oriental. En el occidente, el emperador del sacro imperio romano germánico necesitaba el reconocimiento de la santa sede para obtener el derecho divino a gobernar la tierra.
En una etapa en donde los obispos y cardenales estaban más preocupados por las cuestiones políticas y no respondían a las necesidades de los feligreses, era urgente regresar al sentido espiritual y escatológico de los tiempos. Al principio no prestaron importancia a la profecía del papa angélico, que supuestamente se dio en la elección de Celestino V quien trajo la esperanza en una edad del Espíritu. Pero Celestino V no solucionó los problemas de la Iglesia y el papa siguiente Bonifacio VIII trajo la desilusión en la profecía esperada.
A la muerte del papa Juan XXI (1276-1277) muchos de los soberanos europeos deseaban un papa angélico, sin pretensiones políticas y al cual se le pudiera manipular fácilmente. En el 1294 fue elegido papa Pedro el Ermitaño, un religioso franciscano alejado del mundo al cual fueron a pedirle accediera al pontificado. Tomó el nombre de Celestino V, un hombre considerado como un verdadero santo de su época quien invitó a la Iglesia para vivir la pobreza evangélica. En ese tiempo, la santa sede era un juguete de la dinastía de los Anjou quienes tenían a uno de los suyos como rey de Nápoles. El papa Celestino V abdicó a los seis meses, por lo que en la fortaleza napolitana de los Anjou, fue elegido papa Benito Gaetani quien adoptó el nombre de Bonifacio VIII (1294-1303), quien tuvoque lidiar con muchos y diversos problemas. Por tal motivo se le atribuye la derrota moral del papado. Hasta Dante lo ve castigado en el infierno debido a su afición a la simonía.
Ante las pretensiones de poder temporal de los pontífices, los profetas urgían una Iglesia espiritual más identificada con el cuerpo místico de Cristo, en la espera de la llegada de un papa angélico al frente de una Iglesia reformada en su jerarquía y en sus miembros. Un pontífice que recupere las esperanzas en un período de crisis, caracterizado por hambre, injusticias, opresiones, guerras y enfermedades. Un monarca universal, llamado el nuevo David y que se pensaba estaba oculto, debería presentarse como un gran emperador, con el dominio de todo el orbe y como un verdadero vicario de Cristo en la Tierra, el cual conquistaría la Santa Jerusalén, considerada el ombligo del mundo. Cuando llegue el papa angélico, gobernará tras un breve reinado y luego aparecerá el anticristo. Cuando el papa angélico muera dará lugar al nuevo milenio o período mesiánico, luego el fin del mundo y el juicio universal. No faltó quien relacionara a Juan XXIII (1958-1963) con el papa angélico. El papa bueno autor de las encíclicas Pacem in Terris y Mater et Magistra, quien convocó al concilio ecuménico conocido como el Vaticano II.
El téologo y abad italiano Joaquín da Fiore (1130-1202) distingue la historia de la salvación en tres periodos: el primero se extiende desde la edad del Padre hasta la del Hijo; la segunda sería la venida de Cristo que obra la redención. Después de ella se está en espera de una nueva edad, que será la del Espíritu. A su muerte surgió una tendencia que trataba de interpretar sus profecías y que buscaba unos signos en los tiempos que confirmara lo anterior. Se habla de un etapa marcada por catástrofes, gobiernos corruptos, guerras, problemas en el seno de la Iglesia, las apariciones de un tirano mundial, un anticristo, un pseudo-papa y el fin del mundo. Pero también repleta de paz y esperanza a todos los hombres de buena voluntad.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina