Sin duda alguna que el padre Enrique Tomás Lozano, fue un padre a todo dar, de cuya obra aun se siente y respira en los dos Laredos, pues fue un promotor e impulsor de la creación de escuelas y de obras de beneficencia, además de la atención religiosa que brindaba a sus semejantes, en especial de los más pobres y necesitados, al igual de aquellos que arribaban a la frontera con la intención de buscar el sueño americano. El padre Enrique Tomás nació en Teruel, una ciudad situada en Aragón en el centro oriente de España en 1894. Ingresó a los 9 años al Seminario de Teruel después de haber cursado la primaria.
Posteriormente fue admitido en la Compañía de Jesús. Sabemos que para costearse los estudios hacía los aseos de la casa de formación. Fue ordenado sacerdote en 1916, sirviendo como vicario en una parroquia de su lugar natal y luego como canónigo en Albarracín. También realizó estudios de medicina y participó como miembro del clero castrense. Estudió en Bélgica y se trasladó a los Estados Unidos en donde conoció al obispo de tuvo contacto con el entonces delegado apostólico, Mons. Ernesto Filipi quien le permitió el acceso a nuestro país.
Llegó a la ciudad de México y después Monseñor José Juan de Jesús Herrera y Piña, Arzobispo de Monterrey lo integró como sacerdote al clero local. Inmediatamente fundó una casa para niños huérfanos. Antes de ser nombrado párroco de Santa Catarina del 24 de enero de 1923 al 25 de julio de ese año estuvo en Linares. En el poco tiempo que permaneció se distinguió por su servicio social a los más necesitados y como guía espiritual de la población. Se dice que enseñaba a la población a utilizar remedios naturales para mejorar su salud. Esto le ocasionó serias dificultades con algunos santacatarinenses propietarios de farmacias y boticas que le obligaron a renunciar a su cargo. Durante su estancia entabló amistad con la familia de don Leocadio Páez. Escribía poemas que lamentablemente están inéditos. Sobresale uno que escribió cuando falleció la señora Luisa García de Páez y que le dedicó al entonces niño Alfredo Páez García.
En lugar de castigo, el Arzobispo Herrera y Piña le lleva a la curia para fungir entre 1923 a 1926 fue secretario de la Sagrada Mitra de Monterrey. Fue desterrado cuando estalló la guerra cristera y fijó su residencia en Laredo, Texas. Su primer cargo, fue la de capellán de las Damas del Sagrado Corazón y fundó la Casa del Sacerdote en donde protegía a sacerdotes, religiosos y seminaristas desterrados. Incluso hasta buscó ayuda para que seminaristas mexicanos fueran a España a continuar con sus estudios eclesiásticos. Permaneció en Laredo hasta 1932 en que fijó su residencia en Nuevo Laredo, Tamaulipas al ser nombrado párroco del Santo Niño de Atocha, lugar en el que sirvió por espacio de 25 años.
Ahí emprendió una impresionante e incansable labor social, educativa y caritativa. Lo mismo escuelas, que una clínica y un hospital. Promovió la pastoral penitenciaria pero en especial la atención a los migrantes que llegaban a la frontera. Fundó el Colegio América de enseñanza primaria y comercial y el de igual nombre para secundaria y bachilleres. Impulsó el Seminario de Tamaulipas y en 1947 estableció la casa hogar para niños de la calle y huérfanos. Los alumnos eran conocidos como “los pelones del padre Lozano”. Todos ellos son en la actualidad hombres de bien. También promovió la construcción de los templos de Nuestra Señora de la Paz, San José y Guadalupe y en 1952 fundó los Caballeros de Colón en Nuevo Laredo. En su parroquia sostuvo y cuidó de ancianos, huérfanos y viudas, también protegió a los trabajadores mexicanos que recibían maltrato en los Estados Unidos.
Cuando fue nombrado Capellán de Honor de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y camarero supernumerario de su Santidad Pío XI el 8 de mayo de 1957, todo Nuevo Laredo festejó con orgullo su nombramiento. Lamentablemente murió al poco tiempo, en Laredo, Texas el 20 de junio de 1957. De nueva cuenta, todo el pueblo de Nuevo Laredo salió a despedir a su guía. En reportajes de la época se dice que nunca se había congregado tanta gente para despedir al sacerdote, al benefactor y filántropo Enrique Tomás Lozano.
Siempre me he preguntado que hubiera ocurrido en Santa Catarina si el padre Enrique Tomás Lozano permaneciera más tiempo. Aunque el hubiera no existe como regularmente se dice, lo cierto es que perdimos mucho cuando se fue y los dos Laredos ganaron un santo que buscó el bien común desde la atención a sus hijos más necesitados.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina