Parece ser que la historia de México está compuesta por contrarios y antagonismos que se reflejan en las posturas, actitudes y formas de ser de nuestros respectivos actores sociopolíticos. Aquí bien se puede aplicar la frase evangélica, de quien no está conmigo está en mi contra: indios contra conquistadores, españoles contra criollos, insurgentes contra realistas, imperialistas contra republicanos, conservadores contra liberales, federalistas contra centralistas y así sucesivamente. De ahí la importancia de reconciliarnos con la historia y con nosotros mismos. Y definitivamente que éste es el periodo más idóneo para hacerlo.
Durante el remedo de imperio que Iturbide, comenzó a circular entre el escaso y selecto medio intelectual de la época, el libro “El Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau que sembró la idea entre una clase ilustrada de establecer una república de corte federal. Uno de los primeros que toman esa postura fue Antonio López de Santa Anna quien curiosamente se proclama protector del federalismo, aun y cuando desconocía en realidad lo que implicaba ese concepto, pues siempre había vivido a la sombra de la monarquía. Y lo peor del caso, de que después será el más férreo defensor del sistema centralista. A decir verdad, el sistema federal había sido adoptado por las antiguas trece colonias que se convirtieron en los Estados Unidos. Los que más hablaban del federalismo eran los masones y los antiguos representantes en las Cortes de Cádiz. Y existe la creencia de que tal vez Austin le pasó un esquema federal similar al de los Estados Unidos a Miguel Ramos Arizpe, quien fue apoyado por el entonces representante de los Estados Unidos en México don Joel Poinsett.
Quienes más tenían acceso a ese tipo de información y formación liberal eran aquellos que militaban en alguna de las logias masónicas. Propiamente los masones se convirtieron en las fuerzas vivas del país, los letrados resueltos a vivir del gobierno; quienes sentían la obligación de guiar a la nación por el supuesto camino correcto. Y es de suponerse que en sistema económico todavía dependiente de la minería y de la agricultura,, que no tenía ni industrias ni comercios en donde ocuparse. Si se quería ocupar un cargo público, lo mejor era ingresar a una de las dos logias existentes: la yorkina con fuertes nexos norteamericanos y federalistas y la escocesa con fuertes raíces europeas, partidarias de otros sistemas de gobierno. De ahí que empieza la afiliación masiva al ver que habían participado masones en la consumación de independencia durante en el imperio de Iturbide y en la caída del mismo. Quienes militaban en las logias tenían buenos puestos, recursos y patrimonio. Otros se hicieron masones para conservar sus puestos o mejorar sus privilegios.
La masonería en ese tiempo era un misterio para el pueblo de México, pues solo los iniciados y estudiados podían ingresar a ella. Sus ritos de iniciación eran muy comentados en los medios intelectuales y populares de la época, pero que obligaban en cierto modo a no revelar los conocimientos ni los ritos que practicaban. El rito que estaba de moda era el escocés, que se remonta a la Inglaterra de los Estuardos y pretendía ser continuadora de la tradición de los templarios franceses. De hecho, gracias a la influencia de los masones escoceses, se pudo arrebatar a los Tudor el trono inglés. Los escoceses crearon la orden de los rosacruces con fuertes raíces egipcias y hacia el siglo XVIII tomaron el control tanto en Alemania como en Francia. Se cree que soldados franceses la llevaron a España durante la invasión napoleónica. El problema es que los escoceses siempre fueron muy elitistas y comenzaron a rechazar a los aspirantes que formaban parte de un sector integrado por mestizos letrados; quienes a su vez crearon una logia conocida como la Gran Legión del Aguila Negra, cuyos principios eran la religión natural, ridiculizar al clero, predominio de la raza blanca, ensalzar los valores indígenas y destruir la teología católica. A éste grupo se integró don Guadalupe Victoria, quien llegó a ser el primer presidente de México.
Entonces se formaron tres grupos que aunque antagonistas convivían: los escoceses promonarquistas, los yorkinos profederalistas y los excluidos que participaban en el Aguila Negra. Los primeros después del fracaso de Iturbide, se proclamaron por una república centralista y los del rito yorkino van a ser la mayoría en el congreso constituyente en 1824. Los que por cierto, pugnaban porque se tomara el federalismo de los Estados Unidos. Algunos autores señalan que las primeras sesiones del congreso estuvieron plagadas de discusiones entre los bandos de los escoceses contra yorkinos. Los monarquistas preferían la república centralista, como modelo que los países europeos tomaron cuando se derrumbaron las ideas absolutistas. Es cuando llega el enviado plenipotenciario de los Estados Unidos, Joel Poinsett que se va a distinguir por la difusión del federalismo y por una nueva masonería basada en el antiguo rito de Londres, conocida como de los yorkinos.
La constitución federal fue proclamada el 4 de octubre de 1824, resultó ser una mescolanza de la de Cádiz y la de los Estados Unidos: estableció el régimen republicano federal, declaraba la libertad de expresión y la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. Le dio un fuero especial al alto clero y al ejército y se proclama la religión católica como oficial y prohibió el ejercicio de cualquier otra. Las antiguas provincias se convirtieron en estados y cada una de ellas con la capacidad de formar sus legislaturas que a su vez tenían la facultad de elegir a sus representantes pero primordialmente al presidente: confiriendo el cargo a don Guadalupe Victoria como presidente y a don Nicolás Bravo como vicepresidente.
Entre 1821 y 1857, el país se vio envuelto en conflictos en los que participaron activamente las dos logias, quienes disputaban el modelo de nación que querían aplicar en México. De ahí que Benito Juárez, como gran reformador de la época, creó una logia mexicana que en cierta forma sintetizó principios de las logias existentes.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina