Dr. Antonio Guerrero Aguilar

Y nada más nos faltan los temblores

De Solares y Resolanas

Dr. Antonio Guerrero AguilarEl 21 de marzo del presente año, en la celebración que se hizo para conmemorar el 201 aniversario de la elevación canónica a parroquia de la comunidad de San Juan Bautista de Villa de García, se colocó un plafón en el techo sobre el altar mayor, con la representación de la Santísma Trinidad que había sido dañada durante unas restauraciones. Ahí tuve la oportunidad de presentar ante los asistentes una breve historia y descripción iconográfica de la singular pintura. Durante la comida, tuve la oportunidad de advertirle al señor alcalde Jaime Rodríguez Calderón y al padre Humberto Rojas que tuvieran cuidado, porque en Nuevo León no nada más tenemos inundaciones, sino también temblores. Obviamente todos se rieron y les dije que no desoyeran a la memoria histórica, porque ésta además de formar una identidad cultural, promover el arraigo y cariño al lugar de donde uno nace o vive y nos da elementos de referencia para cubrir una necesidad histórica, nos ayuda también a interpretar los signos de los tiempos.


Y todo esto salió, porque el entonces párroco del lugar, el padre Jesús María González en un informe de gobierno en 1912, nos señala que la fachada del templo estaba muy deteriorada debido a las intensas lluvias de 1909 y al temblor que ocurrió en octubre de 1912. Muchas personas creen que este movimiento de tierra pudo confundirse con reacomodos de la sierra del Fraile, en la cual siempre han ocurrido deslaves y derrumbes en su orografía.

Por ejemplo, Alonso de León en sus crónicas relata que en la antigua hacienda de San Juan Bautista de la Pesquería Grande, su dueño don Gonzalo Fernández de Castro, se despertó una mañana al oir “ruido de voces” producidas por la gente de la encomienda que estaba al servicio de ellos. Se acercó rápidamente para ver que sucedía y se asombró cuando vio a un indio “capitanejo” (seguramente porque era uno de sus líderes) que trataba de torcer la cabeza de una hija suya que no pasaba de siete años.

Entonces don Gonzalo corrió para quitarla a la niña, mientras le recriminaba su acción de dar muerte a su hija. El indio le respondió que había soñado que una gran roca se desprendía de la sierra y que los daños se podían aminorar sacrificando a su niña. Don Gonzalo enfadado se llevó a la niña a la casa grande para evitar que le hicieran daño. Al amanecer del día siguiente, cuando ya todos estaban al pendiente de sus labores, escucharon “un gran estruendo” provocado por la caída de una gran roca que se desprendió de la serranía. Toda la región incluso hasta Monterrey llegó el relato del sueño profético del indio de la actual Villa de García.

Don Santiago Roel en su obra histórica de Nuevo León, escribe que el 28 de abril de 1841 se sintió en Monterrey un fuerte temblor, aunque de muy corta duración. Según las crónicas de la época, fue acompañado y seguido de un ruido sordo “como de muchos carruajes que vienen a los lejos”, que pareció proceder de oriente y terminando en la Sierra Madre frente a Santa Catarina. El temblor se sintió también en Linares, Galeana, García y otros pueblos. Se tienen registrados aunque sin precisar su intensidad, los ocurridos en los años de 1795, 1831, 1838 y 1911. No sé si don Santiago Roel se refiera a éste último o confunda de año al que el padre de Villa de García señala que ocurrió en 1912. Yo trabajé en Industria del Alcali en Villa de García en 1991 y un buen día, todos los obreros del turno de noche platicaban que en la madrugada se oyeron los ruidos que salían de la tierra, como si muchos camiones de carga estuvieran desfilando en su interior provocando que el suelo se moviera.

Don Arturo Benavides quien fuera por muchos años encuadernador y bibliotecario en el Tecnológico de Monterrey y en la Facultad de Medicina de la UANL, me contó que una ocasión un maestro del Tecnológico le llevó un libro para que le pusiera pastas nuevas. Recuerda que en ese libro venían muchos grabados correspondientes al siglo XIX y se le hacía raro que en uno de ellos, no aparecía la M que caracteriza a la sierra que está sobre la meseta del Chipinque. Le cuestionó del porqué la sierra no tenía su forma actual a lo que el maestro, del cual no me dijo su nombre, le contestó que la M se formó después de un movimiento de tierra.

De igual forma, hará unos 20 años, un maestro que me dijo ser de la UNAM y que venía en un viaje de estudios con alumnos que estudiaban geología, me platicó que por los pliegues de forma vertical que caracterizan a nuestro cañón de Santa Catarina, era porque las montañas aun estaban en proceso de formación y que eso provocaba asentamientos y desprendimientos de roca y tierra de nuestras montañas.

La Reseña Geográfica y Estadística de Nuevo León de 1910 señala que las rocas de la Sierra Madre pertenecen al sistema cretácico y que “surgieron enhiestas, encadenadas al megestuso de los Andes, las cordilleras de la Sierra Madre y la de Gomas…testificándolo así sus prolongadas crestas dentadas de rocas plutónicas, hendiendo en su impetuoso impulso, unas veces, soleventando otras, las capas calizas superiores que abiertas se adhirieron a su base o encorvadas sirvieron de adyacentes que con sus capas interiores expensaron la copioso materia de tanta montaña”.

Recientemente visitamos la Facultad de Ciencias de la Tierra de la UANL en el campus situado en la ex hacienda de Guadalupe en Linares, Nuevo León. Ahí su director el doctor Héctor de León nos preguntó a todos los asistentes si Nuevo León era una zona sísmica, a lo que todos los asistentes respondieron que no lo era. En una presentación que nos dio, nos dijo que la facultad cuenta con un laboratorio que mide los movimientos de tierra y que éste tiene conexión con otro de la UNAM y nos contó de que unos días antes se había sentido un pequeño temblor de tierra en la zona citrícola que causó daños a estructuras de algunos edificios y casas habitación.

Regularmente pensamos que solo la franja trasversal neovolcánica del territorio nacional está expuesta a temblores de tierra. Estos son provocados por el empuje de capas que chocan entre sí o por actividad interna de nuestro planeta Tierra. Lo cual señala que todo la tierra, está expuesta a movimientos, unos mayores y otros de menor intensidad, pero que al fin de cuentas, no nos deja exentos a los estados que comprenden el noreste mexicano.

Dios no lo quiera, pero no quiero ni pensar lo que ocurriría si llegara a temblar en Monterrey o en algún lugar de Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas. No contamos con edificaciones lo suficientemente fuertes como resistir ese embate de la madre naturaleza. Y no quiero alarmarlos, pero si llovió en el 1909 y en 1910 y tembló en 1911 y en 1912. Pues hay que tomar la providencias necesarias. A como estamos, solo falta que nos caiga un temblor para terminar de empeorar las cosas.

Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina