Después del escrito sobre Anáhuac, llegaron algunas dudas respecto al cauce del río que inundó a Ciudad Anáhuac y a la estación Rodríguez. El río que sale de la presa don Martín se llama Salado. Al respecto me señala en forma ilustrada el maestro Carlos Gutiérrez Recio, cronista de Cuatro Ciénegas, Coahuila, que el río Salado tiene su origen en la junta de las corrientes de los ríos San Marcos en Cuatro Ciénegas y Nadadores del municipio del mismo nombre y que pasa por Sacramento, Nadadores San Buenaventura, Abasolo y Escobedo.
Luego a la altura del kilómetro 36 viniendo de Monclova rumbo a Sabinas de la carretera Piedras Negras-Saltillo, el Salado se junta las con el río Monclova, cerca de la estación de ferrocarril conocida como Hermanas. También acota que se le llama salado debido al elevado contenido de sulfato proveniente del río San Marcos, pues las tierras del valle de Cuatro Ciénegas son salitrosas. Posteriormente el Salado recoge las aguas del río de la Candela.
En la Reseña Geográfica y Estadística de Nuevo León editada en 1910, nos describe que el río Salado entra a Nuevo León por el paso de los reineros o del Nogal y que 50 kilómetros más abajo recoge las aguas del río Candela que viene del lugar del mismo nombre en Coahuila. Seguramente el paso de los reineros era el límite entre la Nueva Extremadura y el Nuevo Reyno de León a cuyos habitantes se les conocía precisamente como reineros.
Al entrar a Tamaulipas, el río Salado pasa por el rancho de la Reforma, San Rafael de las Tortillas y San Martín de las Juntas y se fortalece con los arroyos del Coyote y el de Comitas que nace en Vallecillo. En el arroyo Mateño se le suma el río Sabinas que a su vez viene de la Boca de Leones y que atraviesa los municipios de Bustamante, Villaldama y Sabinas y que pasa por territorio perteneciente a Parás. Ya fortalecido el Salado desemboca en Guerrero, Tamaulipas al río Bravo o Grande del Norte. Ahí en su desembocadura se formaba una laguna y unos saltos de agua que eran muy visitados por los habitantes de Guerrero. A principios de siglo XX, se estaban obteniendo concesiones para el riego de los campos tanto de Nuevo León como de Coahuila. Luego, en 1952 se decidió trasladar la ciudad de Guerrero en un punto cercano a Mier, en la cual se construyó la Nueva Ciudad Guerrero y al pueblo establecido en 1750 por Vicente Guerra, al amparo de José de Escandón, lo dejaron morir debajo de las aguas de la presa Falcón.
El 30 de enero de 1830, la expedición científica que comandaba el general Manuel Mier y Terán con la intención de poner orden en Texas y evitar su separación y en la que venían Luis Berlandier y Rafael Chovell entre otros, salieron del rancho llamado de la Barranca para enfilarse con rumbo al río Salado. Refieren de que el paisaje en los alrededores estaba repleto de chaparrales y arenisca. Todavía se veían caballos salvajes, osos y venados, además de aves de presa. Cuando arribaron al río Salado escribieron: “encontramos una inmensa caja, en la que entonces la corriente estaba interrumpida. En tiempos de lluvias los viajeros son detenidos muchas veces en éste punto, porque el agua, sin salir de su vasta caja, se eleva a una altura considerable”. En los alrededores del río crecían árboles como los sabinos y los álamos y vieron las ruinas de una pequeña población que desapareció debido a los albazos de los indios. Ahí pasaron la noche esperando a que llegara el resto de la expedición.
Al día siguiente, recorrieron algunos lugares del río y analizaron la composición orográfica del mismo. Vieron que el agua era salada y más en tiempos de seca y muy turbia debido a la arcilla que contiene, no obstante había muchas tortugas. También se dieron cuenta que los vecinos de Lampazos iban por ostras de las cuales sacaban perlas de no muy buena calidad. De igual forma, daban permisos para la pesca que se hacía entre los meses de marzo, abril y mayo. Siguieron recorriendo las orillas hasta que vieron los restos de un campamento que tenían los indios.
Al respecto, Manuel Payno en las crónicas que realizó en torno a la situación y vida en la frontera noreste, señalaba que los indios cruzaban los ríos con mucha facilidad, pues eran excelentes nadadores. El escritor añade que en aquellos paisajes predominaban los bosques enmarañados compuestos en su mayor parte por mezquites, ébanos y matorrales. Una vez también sentenció que en la región cercana al Bravo podía sembrarse con mucho éxito la caña, el arroz y el algodón, que por el clima y el agua de la zona, bien se podía colocar entre los mejores del mundo.
Manuel Payno llegó en 1838 a Matamoros para trabajar como meritorio de la aduana marítima que se acababa de abrir. Ahí le llegó la noticia de que habían encontrado unas minas de plata muy grandes en Nuevo León y decidió recorrer las llamadas villas del Norte que comprendían Reynosa, Camargo, Mier, Revilla y Laredo, además del presidio de Río Grande en Coahuila. De regreso se introdujo a Nuevo León por Laredo y pasó también por el río Salado.
Conforme avanzaban hacia el río, de pronto en palabras de Payno: “se nos presentó a nuestros pies una enorme y profunda grieta, en cuyo fondo crecían altos árboles y corría un río. De la otra parte se elevaba una pequeña loma cubierta de verdura, en cuya cúspide había unas casitas pintadas de blanco”. De sus viajes por aquellos desiertos que recorrió escribió: “era un templo, era un altar donde llora el desvalido, yo lloré, volví a pasar y era polvo consumido que también me hizo llorar”.
De los ríos que vio en su peregrinaje por el noreste señala: “ríos anchos, profundos, cuyas aguas engrosadas hasta precipitarse al mar”, que continuamente se desbordan por las lluvias que caen en las llanuras y montañas del noreste. Y hasta nos dice los nombres de las tribus de los indios que merodeaban al Salado: los comanches, lipanes, tancahues, tarancahuases, entre otros.
Dicen que la suerte de Anáhuac ya estaba echada desde un principio. El caso que nos sirve de ejemplo y otra vez está inundada es la ciudad de Guerrero Viejo. Otros culpan a Plutarco Elías Calles y a Pascual Ortiz Rubio de no fijarse en los problemas que podían pasar. Problemas a los que mi gente de Anáhuac siempre están expuestos, porque cuando no llueve, se pierden las cosechas, cae granizo, se vencieron los plazos de pagos, les cerraron la única sucursal bancaria, que todos los jóvenes se fueron allende al Bravo y demás cosas que les pasan. Pero de una cosa si estoy convencido, de todas ellas se levantan, tal y como el río Salado que estoy seguro forma parte de ellos porque lo llevan en la sangre. Gente fuerte y venturosa, con actitud y sacrificio que saldrá adelante. Y también nosotros estamos con ellos para apoyarlos. Indudablemente, porque viva mi Anáhuac querido, la joya del Salado.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina