La historia se hace a partir de los requerimientos del presente, por necesidad del pasado y porque nos brinda memoria e identidad cultural. Por eso hacemos y existe la historia.
La finalidad de la didáctica de la historia es de índole pragmática, pues pretende hacer de los mexicanos más patriotas, orgullosos de su pasado y de sus héroes que murieron por la patria. Además de identificar qué acontecimientos de nuestra historia nos benefician y son positivos y por ende por ello son didácticos, por eso se modifican acontecimientos para ajustarlos en los medios de acción que se pretende. En sí, la historia edificante supeditó la verdad a la ejemplaridad, pues debemos aprender de los héroes y debemos imitar su vida como si fueran santos del panteón liberal.
Para ello se puntualizan y magnifican acontecimientos que favorecen a nuestro país, con el fin de que en el mundo se diga que como México no hay dos y que los mexicanos, aunque fregados y jodidos, les hacemos frente ya sea a franceses, españoles o norteamericanos y hasta contra los malos mexicanos que muchas veces han intentado desestabilizar a la nación.
Al mexicano lamentablemente no le gusta la historia, pues todo el contenido temático de los planes de estudio en nuestras escuelas, tiene la intención de formar mexicanos como buenos ciudadanos, similar a las esculturas y bustos de bronce, por eso se habla de la “historia de bronce”. Y esta surge después de la grave derrota y de la invasión norteamericana, que no quedando conformes, nos quitaron cerca de dos millones de kilómetros cuadrados después de los Tratados de Guadalupe Hidalgo en 1848. Para ello le pidieron a los literatos y a los poetas nacionalistas, que era su deber reescribir la historia en la que sobresalen héroes que se confunden con prohombres y acontecimientos que salvaran la reputación del país. La historia mítica propia del siglo XIX debía convencer a todos los mexicanos que eran parte de un Estado – Nación el cual debían respetar y luchar hasta el final cuando éste le pidiera. Recuerden el “mexicanos al grito de guerra”.
Hay una manera muy ingenua de hacer historia a la cual le llaman documental, en la que se pegan acontecimientos pasados con otros de la misma tendencia. Confunden hechos y hasta los explican a través de paralelismos. Por eso en la historia todo se repite pues es cíclica. Pero los que estudian historia en centros universitarios y académcos se enojan, pues sostienen que la historia es científica, pues refleja el suceder real a través de investigaciones serias y objetivas y nos habla de la evolución de las sociedades y ésta se hace en base a documentos históricos, escribiendo y probando. La primera tendencia se dice que la ejercen los historiadores advenedizos de otras profesiones y la segunda los profesionales de la historia, tan de capa caída porque de pronto a alguien se le ocurrió el famoso concepto de rentabilidad social de la educación, en la cual carrera que no deja la cierran. De ahí que las licenciaturas en historia estén en peligro de extinción y para ello le ponen nombres rimbombantes como estudios humanísticos.
Se dice que los cronistas e historiadores no profesionales, son muy dados a reconstruir el pasado a partir de deducciones algo ingenuas, pues deducen los sucesos particulares de una idea general que se tiene del ser humano. Y en los últimos tiempos, los literatos son muy famosos pues han incursionado en la novela histórica, que se basa por lo regular en chismes y rumores. Hay que considera que el historiador considera tres aspectos de la persona: su vida pública, su vida privada y su vida secreta. Los chismes tratan de ésta última.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme, que nuestra historia ha creado y favorecido la aparición de ciertos mitos que se entremezclan y desarrollan entre sí. Los principales mitos de nuestra historia son los niños héroes, Zapata, Maximiliano, Madero, Juárez, Santa Anna y muchos más.
Pero, ¿qué se requiere para desmitificar la historia y construir sobre ella las bases del conocimiento, desarrollo e integridad nacional? Pues puntualizar e investigar más en los estudios regionales, rescatar nuestra memoria histórica, profundizar en los estudios que destaquen la pluralidad de la nación y promover los estudios culturales.
Pero cuidado, el pasado no podemos manipularlo pero si comprenderlo. No existe la máquina del tiempo para viajar por el pasado. Que bueno sería. La única forma de hacerlo es a través de la información que nos brindan los documentos y objetos antiguos. Si una nación es una comunidad imaginada, parte de esa imaginación proviene de la historia.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina