El Tepeyac es una colina que remata al oriente la serranía de Guadalupe en el Distrito Federal. Su etimología está compuesta por dos palabras de origen nahuatl: tepetla, que significa serranía y yacátl nariz, entonces tepeyac significa “la nariz del cerro” o literalmente en el extremo de la serranía. Al pie del Tepeyac está la Basílica dedicada a nuestra Señora de Guadalupe puesto que ahí se verificaron las apariciones de la Virgen María a Juan Diego.
El Tepeyac es una colina que remata al oriente la serranía de Guadalupe en el Distrito Federal. Su etimología está compuesta por dos palabras de origen nahuatl: tepetla, que significa serranía y yacátl nariz, entonces tepeyac significa “la nariz del cerro” o literalmente en el extremo de la serranía. Al pie del Tepeyac está la Basílica dedicada a nuestra Señora de Guadalupe puesto que ahí se verificaron las apariciones de la Virgen María a Juan Diego.
Las tradiciones aparicionistas están basadas en el Nican Mopohua, atribuido al escritor indígena Antonio Valeriano, publicado por vez primera en 1649 y editado por el entonces capellán de la ermita de Guadalupe, el bachiller Luis Lasso de la Vega; con la intención de difundir el milagro que se verificó en el lugar y especialmente de acuerdo a las fuentes originales, para erradicar el reino del demonio entre los antiguos pobladores de la ciudad de México Tenochtitlan.
Entre el 9 y 12 de diciembre de 1531, en el cerro del Tepeyac, la Virgen de Guadalupe se le apareció cuatro veces al indio Juan Diego. Según el relato, la Virgen María llamó la atención de Juan Diego, lo hizo a través de cantos de aves que se repetían por entre el monte. Cuando Juan Diego se da cuenta, vio a una señora que lo miraba fijamente y estaba revestida con rayos.
Entonces ella le dice que es la Madre del Dios dador de vida y le pide que vaya con el obispo fray Juan de Zumárraga para que le construya un templo en ese lugar. Juan Diego acude con el obispo en dos ocasiones pero no le hace caso, por lo que le pide a la Virgen una prueba de su existencia. Ella le solicita que corte unas rosas del lugar para que las lleve al obispo. Cuando Juan Diego está de nueva cuenta con fray Juan de Zumárraga sucede el milagro del Tepeyac, pues al mostrarle las rosas, apareció la imagen dibujada en un ayate. Lo sobresaliente del relato es que las rosas fueron cortadas de un lugar en el que solo había plantas semidesérticas.
La costumbre de hacer peregrinaciones al Tepeyac es muy antigua. Ahí había un templo dedicado a la Tonatzin a la cual sacrificaban doncellas. La Virgen que se apareció en el Tepeyac substituyó el culto de los corazones arrancados en vida por los corazones que se aman entre sí. Para ello los franciscanos van a valerse de esa tradición para convertirla en una veneración de índole cristiana. Se hizo una transferencia similar a la que sucedió con el Apóstol Santo Tomás y Quetzálcoatl, la Santa Cruz y Tláloc y Jesús con Huitzilopochtli, para cristianizar lo pagano. Pero después viene la prohibición de que los indios vayan al Tepeyac porque en lugar de visitar a la Guadalupana, le llevaban ofrendas a la Tonatzin.
Con el correr del tiempo, los criollos defendieron la postura de que los españoles no trajeron la fe cristiana, sino que fue precisamente la Madre de Dios, quien eligió a su nuevo pueblo y la relacionan más con la profecía del Apocalipsis, que con la imagen venerada en Extremadura, España. De ahí que en el ayate se vea a la Virgen sentada sobre la Luna y rodeada de rayos solares. Luego surgen aspectos como la de los ojos en donde se ve a Juan Diego platicando con el obispo y de cómo las estrellas del manto reproducen las constelaciones de 1531. De acuerdo a la obra de Miguel Sánchez en 1648, la Virgen es la señal apocalíptica de San Juan, la mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de 12 estrellas sobre la cabeza, con la expresión en la cara y en los ojos, que invita a la oración.
El México profundo tiene en su origen, un fuerte apego hacia la mujer, que se nos presenta como mito, historia, leyenda y recuerdo traumático. El mito por excelencia es lo relativo al milagro del Tepeyac y de cómo la Madre del hijo de Dios se quedó entre nosotros, la historia se encarna en la Malinche, la leyenda nacional por excelencia es la Llorona y el recuerdo traumático es la tiznada.
Las cuatro están en una misma línea: la Virgen de Guadalupe en la madre buena y en el extremo está la madre traidora, la Malinche, en medio de ambas, están la madre arrepentida que llora la pérdida de sus hijos y de la madre que se entregó al conquistador ibérico para dar origen a la raza de bronce.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina