Muchos de nosotros desconocemos o no sabemos las vidas de los santos. Si acaso un poco de historia del santo patrono del lugar de donde somos o del nombre que llevamos. Por eso es importante conocer al personaje por el cual nuestro municipio, nuestro templo parroquial más antiguo, el cañón y el río llevan ese nombre.
Muchos de nosotros desconocemos o no sabemos las vidas de los santos. Si acaso un poco de historia del santo patrono del lugar de donde somos o del nombre que llevamos. Por eso es importante conocer al personaje por el cual nuestro municipio, nuestro templo parroquial más antiguo, el cañón y el río llevan ese nombre.
Etimológicamente el nombre de Catarina o de Catalina, viene del griego “Catarsis” que significa limpieza o pureza. La vida de la virgen y mártir, tiene la cualidad de oscilar entre el mito y la leyenda y entre la bruma del misterio y del tiempo. En lo que se refiere a su vida, se puede decir que de la mayor parte de la hagiografía de los santos de los primeros siglos, no existe documentación escrita auténtica. Sus vivencias y experiencias se trasmitieron en forma oral y su culto se extendió a través de la práctica religiosa del pueblo.
Las noticias sobre la vida de Catalina nos las proporcionan documentos muy antiguos redactados inicialmente en griego entre los siglos VI-VIII y muy conocidos a partir del siglo IX a través de versiones latinas. Se dice que Catalina fue hija del rey Costo y que estudió desde niña las siete artes liberales compuestas por la gramática, la retórica, la lógica, la matemática, la geometría, la astronomía y la música de acuerdo al proyecto educativo helénico. A los 18 años vivía huérfana, rodeada de criados y riquezas, bajo el dominio del Emperador Maximino, que, por aquella época, hacia el año 310, promulgó un edicto, ordenando que acudieran a Alejandría todos los habitantes de la comarca, para ofrecer sacrificios a los dioses, castigando severamente a cuantos se negasen.
Catalina se presentó ante él y mantuvo un largo debate sobre el creador del mundo y las leyes que lo rigen. Maximino, profundamente impresionado por su belleza y sabiduría, le cuestionó a la joven el porqué para ella, lo único importante era Jesucristo, a cuyo amor vivía consagrada. Como Maximino no estaba preparado para debatir con ella, mandó llamar secretamente a los más famosos sabios del imperio, y al enterarse Catalina, se encomendó al Señor, que por medio de un ángel, le hizo saber que no sólo derrotaría a sus oponentes, sino que los convertiría y prepararía para recibir el martirio.
Y así ocurrió: los oradores quedaron atónitos y se vieron obligados a guardar silencio, no siendo capaces de replicarle, por lo que todos ellos, convencidos por sus argumentos irrebatibles, se convirtieron al cristianismo. El tirano se enfureció y los condenó a la hoguera, en la que murieron sin ser ni siquiera quemados por las llamas.
Luego intentó convencer a Catalina para que se desposara con él. Al negarse Catalina a ser primera dama del césar, mandó éste que la azotaran con cadenas y escorpiones, la encerraran en un calabozo oscuro y la mantuvieran incomunicada y sin alimentos. La Emperatriz, acompañada del general Porfirio, se presentó secretamente en la prisión, quedando sorprendida al ver la mazmorra iluminada por los ángeles que curaban las heridas a Catalina, que le correspondió exponiéndole la doctrina cristiana y convirtiéndola a la fe de Cristo, anunciándole que, también ella, sería recompensada con la corona del martirio. Porfirio, conmovido por cuanto vio y oyó, se convirtió también y con él muchos de sus soldados.
Se dice que durante aquellos días de prisión, los ángeles la alimentaban con un manjar celestial que una paloma blanca le llevaba a diario. Al ver tal prodigio, el césar quiso de nueva cuenta convertirla en reina y cubrirla de honores, pero Catalina prefirió seguir consagrada a su fe cristiana que entregarse a un hombre despreciable y pendenciero.
De nuevo le fue planteado el dilema: ofrecer sacrificios a los dioses o morir entre torturas. Los prefectos del emperador idearon unas ruedas cuajadas de agudísimos clavos y cuchillas que destrozarían su cuerpo. Catalina oró, y las ruedas saltaron en mil pedazos, hiriendo a sus verdugos. La emperatriz recriminó al emperador su crueldad que, colérico, ordenó que le cortaran la cabeza a su esposa. Porfirio consiguió enterrar su cuerpo reverentemente y se presentó al césar para decírselo, y exculpar a los soldados, haciéndole saber que también él era cristiano. La mayoría de los presentes manifestaron lo mismo y que estaban dispuestos a morir antes que renegar de su fe, por lo que, ciego de ira, condenó a todos a morir degollados.
Y de nuevo intentó seducir a Catalina, ofreciéndole una vez más el compartir el trono imperial. Catalina declaró estar dispuesta a compartir los anteriores tormentos antes que aceptar sus proposiciones, por lo que fue sentenciada a morir ese mismo día decapitada. Al oír esto, levantó los ojos al cielo y oró: "¡Señor Jesús, te suplico me escuches, a mí y a cuantos a la hora de su muerte, recordando mi martirio, invoquen tu nombre!" Entonces se oyó una voz de lo alto que decía: "¡Ven amada mía, esposa mía, que ya están abiertas las puertas del paraíso, para acogerte en él!, ¡Yo te prometo que ampararé a cuantos recuerden cuánto has sufrido por mí y honren tu memoria!"
Instantes después, la espada cercenaba su cabeza, pero no brotó sangre, sino un líquido blanco parecido a la leche, y los ángeles recogieron su cuerpo y lo trasladaron al monte Sinaí, donde reposa desde entonces, exhalando un delicioso aroma que devuelve la salud a cuantos lo aspiran.
Existe otra versión cuyo contenido es similar al anterior, solo cambiando el nombre del emperador: “Cuando el emperador Majencio fue a Alejandría, ordenó a todos los súbditos sacrificar a los dioses. También Catalina, joven de estirpe real, entró en el templo, pero en lugar de sacrificar hizo la señal de la cruz. Dirigiéndose después al emperador, le reprendió exhortándole a conocer el verdadero Dios. Majencio ordenó conducir a la joven a palacio. Aquí le pidió que sacrificase, pero ella se negó, invitando al emperador a un debate. Convocó entonces a todos los sabios que, convertidos por Catalina, fueron condenados por él a muerte.
Posteriormente trató de convencerla con vanas promesas, pero sin lograrlo, por lo que ordenó flagelarla y encerrarla en prisión. Durante la reclusión fue alimentada por una paloma y visitada por Cristo y los ángeles. También la emperatriz fue a verla en compañía de un oficial llamado Porfirio, el cual se convirtió con otros doscientos soldados. El emperador mandó llevar nuevamente a palacio a Catalina y le renovó las seductoras promesas, pero sin conseguir su objetivo. Pensó entonces en aterrorizarla con la amenaza de atroces tormentos. A tal fin hizo construir un instrumento de tortura consistente en cuatro ruedas provistas de cuchillas afiladas. Catalina no se dejó intimidar. Arrojada a la horrible máquina, salió ilesa, pero las ruedas se rompieron y provocaron la muerte de muchísimos soldados paganos. La emperatriz trató de interceder ante el marido en favor de Catalina, pero cuando declaró que se había convertido a la fe cristiana fue decapitada. También Porfirio, que se declaró cristiano, fue decapitado con sus doscientos soldados. Catalina fue sometida a la misma pena. Antes de recibir el golpe mortal elevó a Dios una oración por sus devotos y fue escuchada inmediatamente por el Señor, que le habló desde una nube. Al decapitarla, de la herida salió leche y no sangre. Los ángeles transportaron su cuerpo al monte Sinaí y lo depositaron en un sepulcro del cual, el día conmemorativo de la santa, salía leche y aceite que curaban de todas las enfermedades”.
Existe otra versión en la cual se concluye que Catalina, fue exiliada y no decapitada y que murió de otra forma.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina