Indudablemente que la figura más conocida y emblemática de Monterrey en la república de las letras y en el de la vida cultural del México es Alfonso Reyes.
Indudablemente que la figura más conocida y emblemática de Monterrey en la república de las letras y en el de la vida cultural del México es Alfonso Reyes. Por su presencia en el mundo literario, su actividad cultural, su vida diplomática, el dominio que tuvo sobre todas las formas de expresión escrita, su pasión por la historia, las artes y las humanidades y como fundador y promotor de instituciones educativas, se le dice con mucha razón el Regiomontano Universal. Y en éste 2009, estamos festejando 120 años de su natalicio y 50 años de su partida material.
Alfonso Reyes nació el 17 de mayo de 1889 en la ciudad de Monterrey y murió en la Ciudad de México el 27 de diciembre de 1959. Sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Fue hijo de uno de los gobernadores más influyentes en la historia de Nuevo León, el general Bernardo Reyes y de Aurelia Ochoa. Don Bernardo quien también tiene una historia muy digna por contar, fue gobernador en tres periodos: llegó en 1885 para hacerse cargo de la comandancia militar de la región y para calmar las rivalidades entre dos grupos opositores, asumiendo también la jefatura política del Estado hasta 1887, luego de 1889 a 1900 y en 1903. Entre el 1900 y el 1902 fue secretario de Guerra y Marina. Como era uno de los posibles candidatos y cabeza de un grupo político que podían llegar al poder en 1910, fue desterrado por Porfirio Díaz con misiones diplomáticas.
Alfonso vivió su infancia en Monterrey en donde estudió hasta el Colegio Civil, concluyendo su formación en la Escuela Nacional Preparatoria hasta graduarse como abogado en la Universidad Nacional de México en 1913. Desde niño comenzó a publicar sus primeros escritos y fue junto con José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, uno de los fundadores del Ateneo de la Juventud en 1909.
Estuvo casado con Manuela Mota y tuvieron un hijo llamado Alfonso.
Cuando ocurrió la Decena Trágica en marzo de 1913, fue testigo de cómo se padre murió frente al Palacio Nacional. Por eso tiempo era el secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, antecedente de la actual Facultad de Filosofía y letras de la UNAM.
Al llegar a la presidencia Victoriano Huerta en 1913, fue nombrado segundo secretario de la Legación Mexicana en París. En plena guerra mundial se traslada a España en donde se dedicó al ejercicio literario, a la promoción cultural y a la docencia. En 1920 se le vuelve a llamar como miembro de la Legación Mexicana en Madrid. Una carrera diplomática que lo llevó a representar a México como embajador en España, Francia, Argentina y Brasil.
Regresa a México en 1939 para organizar la Casa de España en México, que en 1940 se convirtió en el Colegio de México y cuyo consejo presidió hasta su muerte. Fue también uno de los fundadores del Colegio Nacional que integrado por distinguidas personalidades de la ciencia, las artes y la cultura, se dedican a difundir el espíritu y el pensamiento que integran los diversos aspectos de la mexicanidad.
Amante de los libros, logró reunir un excelente fondo bibliográfico al que cariñosamente llamó Capilla Alfonsina y que la Universidad de Nuevo León adquirió al poco tiempo de morir don Alfonso. Ahora es una gran dependencia universitaria llamada Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria, con un gran edificio y diversas salas en donde se promueve el origen, el espacio, el sentimiento y el conocimiento de Nuevo León. Precisamente, desde su estancia en el extranjero, publicó un voto por la Universidad del Norte, para que Nuevo León contara con una universidad que vio su origen en 1933.
Toda la colección de sus escritos está integrada por los diversos estilos literarios que manejó con pasión y maestría. Las obras completas de Alfonso Reyes constan de 26 volúmenes y se pueden conseguir en el Fondo de Cultura Económica.
Ahora, ¿porqué su obra es tan distinguida e importante para Monterrey? Porque en sus estancias tanto en la Ciudad de México, como París, Madrid, Buenos Aires y Río de Janeiro recordaba a su solar nativo. Hizo una publicación que llamó El Correo de Monterrey en el cual decoró con viñetas de su autoría y en la que continuamente evocaba espacios y tiempos regionales. Especialmente porque entre sus pasiones destaca su amor por la ciudad donde nació y por la montaña que le sirve de emblema. Tenemos fragmentos de sus obras que nos hablan de ello:
Romance de Monterrey
Monterrey de las montañas
Tu que estás a par del río,
Fábrica de la frontera
Y tan mi lugar nativo,
Que no sé como añado
Tu nombre en el nombre mío:
Pues sufres a descompás
Lluvia y sol, calor y frío
Y mojados los inviernos
Y resecos los estíos.
Monterrey de las montañas
Tu que estás a par del río
Que a veces te hace una sopa
Y arrastra puentes consigo
Y te deja de manera
Cuando se sale de tino
Que hasta la Virgen del Roble
Cuelga a sacar vestidos.
El sol de Monterrey
No cabe duda: de niño,
A mi seguía el sol.
Andaba detrás de mí
Como perrito faldero;
Despeinado y dulce,
Claro y amarillo,
Ese sol con sueño
Que sigue a los niños.
Yo no conocí en mi infancia
Sombra, sino resolana,
Cada ventana era sol
Cada cuarto ventanas.
Traigo tanto sol adentro
Que ya tanto sol me cansa.
Yo no concí en mi infancia
Sombra, sino resolana.
El Cerro de la Silla
Llevo el Cerro de la Silla
En cifra y en abstracción:
Medida de mis escalas,
Escala en mi inspiración,
Inspiración de mi ausencia
Ausencia en que duermo yo.
Oh Cerro de la Silla
Quien estuviera en tu horqueta,
Una pata pa´Monterrey y
Otra pa´Cadereyta.
Oh Cerro Mitológico
Quien estuviera en tu cima
Para admirar desde lo lejos
Al famoso tecnológico.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de Santa Catarina, Nuevo León