Esas montañas enormes, serenas, inconmovibles que nos recuerdan recuerdan con frecuencia lo efímero de nuestra estancia aquí
Rosaura Barahona
Montañas como las de Monterrey son un gozo y placer para quien las observa, algunos critican a nuestra ciudad como fea, sucia y chaparra, pero las montañas que encierran al Valle de Extremadura no las tiene cualquier lugar del mundo.
En ese concierto orográfico nuevoleonés, el Cerro de la Silla dirige la sinfonía de formas y plegamientos que en el lejano tiempo geológico estuvieron en el lecho marino.
Si bien, los pobladores del valle las admiramos al amanecer, cuando atardece o después que la bienhechora lluvia limpia la atmósfera de bruma y humo, escritores y observadores locales y ajenos al regiomonte les han cantado loas, ya sea en prosa o en verso.
El Primer Cronista del Nuevo Reyno de León, capitán Alonso de León, escribió el año de 1649: "…es tierra descubierta al norte y al oriente. Corre una sierra en ella, casi de norte a sur; tan áspera, alta y doblada, que agrada a la vista… es para dar gracias a Dios por su hermosura y forma".
Los integrantes de la Comisión de Límites anotaron en su Diario de Viaje en 1828: "los contornos de la capital de Nuevo León son muy agradables a la vista y el Cerro de la Silla, situado a una legua de distancia hermosea el paisaje".
Quien hace elogio sin paralelo es el escritor Manuel Payno conocido por su famosa novela costumbrista "Los Bandidos de Río Frío"; en 1844, escribió un artículo sobre Monterrey donde expresó: "pero lo que hace que tal población sea extremadamente bella, es su situación al pie de dos cerros elevadísimos, el de la Silla y el de la Mitra. El primero, cuyo nombre viene sin duda de la perfecta semejanza que tiene la figura de su cima con un fuste de la silla, es de una altura prodigiosa y tiene una hermosura y un encanto indefinibles. Tan lleno de verdor, tan majestuoso, dibujándose en el azul del firmamento; he visto multitud de cerros y montañas, pero nunca había contemplado otro tan lleno de belleza como el Cerro de la Silla de Monterrey; parece el protector de la ciudad y el confidente de los astros. Por las mañanas el sol envía sus primeros fulgores y los tiñe de púrpura; por las tardes reclina un momento sobre él, y sacude su cabellera de oro en su cima llena de flores y arbustos, y en las noches se ve sobre el último picacho, al parecer clavada, a la luna blanca y hermosa como una perla o al lucero vespertino arrojando sus pálidos y temblorosos fulgores".
El médico militar de Jerez, Zacatecas, y avecindado en Nuevo León José Sotero Noriega, apuntó en 1856: "la situación de Monterrey es de lo más pintoresco que pueda imaginarse, colocada la ciudad en las faldas de la gran cordillera llamada Sierra Madre, se disfruta allí de las poéticas vistas que presenta una maravilla de la naturaleza: dos magníficas montañas de forma singular que se hallan al este y oeste de la población, aumentan el encanto de la situación; la primera conocida con el nombre de la Silla, porque se asemeja en efecto a un fuste de montar, está situada como a media legua al oriente de la ciudad y ofrece el aspecto más agradable, sobre todo en las mañanas de otoño al asomar por la cúspide el sol a su salida; la segunda, llamada Cerro de la Mitra a causa de la analogía que la cima tiene a primera vista con aquella insignia episcopal, se halla a dos leguas al poniente de Monterrey, ambas a una altura imponente, se perciben de muy lejos, especialmente la primera, cuya vista por diversos rumbos se alcanza a considerable distancia".
Manuel José Othón, poeta potosino, dejó plasmado su testimonio a la orografía nuevoleonesa en su poema "Las Montañas épicas": "¿Por qué muestra tan épica figura/ esa enorme cadena de montañas?/Sus formas terroríficas y extrañas/ sólo Dios modeló, no la ventura".
El escritor zacatecano Mauricio Magdaleno, en 1943, escribió: "después de los grandes volcanes nevados, los cerros de Monterrey son los más maravillosos del país. épicos de bizarría mexicana, el de la Silla -ya simbólico- y el de la Mitra".
En "Este y Otros Viajes" , Salvador Novo menciona: "el Cerro de la Silla se recortaba neto, bañado en luna llena, arropado a ratos por algodones en guirnalda".
El español Guillermo Díaz Plaja visitó Monterrey en 1956, y escribió: "las montañas que cierran por tres partes su horizonte, tienen perfiles notables y violentos, como si el brazo que cierran sobre la ciudad temiese una fuga".
Jorge Cantú de la Garza en su prólogo al libro "Nuevo León, el Paisaje y su Espejo" anotó: "Montañas y valles nos inclinan a los habitantes de Nuevo León a posar la mirada en un horizonte que nos devuelve solidez, profundidad, gradación de la luz bajo un gigantesco arco de plata".
Muchos otros, propios y extraños, han expresado su emoción y asombro al contemplar nuestras montañas en forma de dibujo, pintura, fotografía y crónica, nunca serán suficientes, habrá más ante este imponente hecho geográfico.
Traemos esta sintética colección de pensamientos sobre las "montañas de mi tierra, mis montañas" como expresara en 1912, el poeta regiomontano Felipe Guerra Castro, tras los devastadores incendios que cada año se producen en nuestro Estado y el país.
La prevención de incendios en las sierras cercanas está presente a través de nuestra historia; las Sociedades Patrióticas Amigos del País establecidas en 1827, contenían disposiciones al respecto y en 1832, los diputados locales de la Cuarta Legislatura, decretaron que: "los vecinos de los ranchos y haciendas inmediatos al pie de la Sierra Madre cuidaran y celaran puntualmente de que en ella no haya incendios".
Cuando hay un incendio concretamente en Chipinque, Sierra de Las Mitras o en el Cerro de la Silla, duele por la cercanía, por el clavado sentimiento centralista que poseemos al pensar y actuar que Monterrey y su área metropolitana es Nuevo León, olvidándonos del resto de la entidad, duele por su carácter simbólico, porque Chipinque es distinción de Monterrey como lo son también el Cerro de la Silla, el Obispado y el ahora carcomido Cerro de la Mitra, pero también nos duele el Cerro del Topo, o el Cerro del Potosí, una de las máximas elevaciones del suelo nuevoleonés, como cualquier otra fracción de bosque que se queme, tale o deprede.
Al producirse un incendio forestal de inmediato surgen las voces inconformes en contra de la administración estatal, al ver la magnitud del desastre; los gobernadores salen al paso de las críticas con la frase: "sobran ideas, se requieren hechos" y tienen razón, estos fenómenos naturales o provocados, desgastan políticamente y damos de palos al político más cercano, pero se requiere mayor previsión y acción de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales para el control inmediato de los incendios en nuestros bosques, en suma, menos oficinas, escritorios y viajes a foros y congresos, más aplicación de recursos económicos al campo de donde se sustentan sus puestos burocráticos.
Saquemos en mayor número a los soldados de los cuarteles, convirtamos nuestra fuerza aérea en un cincuenta por ciento en escuadrones para el auxilio en caso de desastres y el otro cincuenta por ciento para combatir al narcotráfico, al fin, en guerritas aéreas no le ganamos a nadie. ¡Basta ya, señores políticos, de promesas, de proyectos ilusorios y de minimizar el desastre ecológico!
Héctor Jaime Treviño Villarreal