Artículos del Profr. Santos Noé Rodríguez Garza.
Personas humanas maravillosas que se dedican a estudiar y prepararse científicamente para remediar el dolor de los seres que habitan el planeta, la sociedad conoce de los grandes descubrimientos científicos, que los genios de la medicina han puesto al servicio del hombre para que extermine epidemias y alivie el sufrimiento.
Los felices y placenteros años que pasamos en la primaria, en momentos se iluminaban con la palabra que estimulaba nuestra imaginación y de la cual hacían un uso adecuado nuestros mentores empíricos, quienes eran los encargados de los grupos de primaria; nos hablaban de los héroes que con su sangre sellaron el capítulo más hermoso de nuestra historia: La Independencia Nacional. Eran tan positivas sus exposiciones que nosotros las seguíamos con arrobo y quedaron por siempre grabadas en nuestra mente y en nuestro corazón.
Hermosas palabras con las que el responsable de los trabajadores que quedaron atrapados en la mina de San José en Chile, le dio parte al Presidente de la República de la culminación de los trabajos de rescate de 33 mineros, que estaban encerrados en toneladas de piedra a 700 metros de profundidad; todos están bien.
Nos fuimos a dormir pensando en la degradación tan brutal que ha sufrido la mente humana; atacar a una familia no importa qué represente, son acciones de cobardes, mal nacidos, que no les importa lastimar a los humanos; porque los vecinos también sufrieron las consecuencias del atentado y ahora lastimados en su forma de vida, se lamentan de las consecuencias de las acciones de aquellos que se burlan de las autoridades y de la sociedad.
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Con la prestancia y la agilidad mental que la caracterizan la Lic. Gloria Alejandra Salazar González, organizó el 14 de septiembre pasado, un acto por demás significativo, ya que propuso y logró que las Autoridades Educativas correspondientes, le autorizaran que el CECYTE que ella dirige llevase el nombre del PROFR. CELSO GARZA GUAJARDO.
Contemplamos con arrobo la cristalina corriente que llena el cauce del Río Sabinas y nuestra admiración y respeto para los primeros pobladores, que se asentaron a las márgenes y levantaron un humilde pueblo que se convertiría en Real y pasando los años sería Ciudad.
Los acontecimientos de los últimos días han lastimado a la sociedad sabinense, el pueblo nuestro, acostumbrado a vivir tranquilamente, desplegando día a día su entusiasmo y ganas de progresar, se ha visto lastimado por una ola de violencia que en los últimos años se ha presentado con frecuencia.
En las luchas armadas que se dan en todos los países de la tierra, hay siempre un vencido y un vencedor; por ello al final, se dice: la historia la escriben los vencedores.
El martes 10 de agosto acudió a la sede de la Asociación de Escritores el buen amigo e inquieto investigador Profr. Rodolfo Lucio Alejandro y en una amena e inteligente charla, nos dio a conocer un valioso documento obra del ilustre M.. M.. Don Andrés R. Cavazos dando cuenta de su actuación como Venerable Maestro de la Logia Obreros de la Luz No. 32 en el año masónico de 1929.
El gran historiador Sabinense Profr. Francisco J. Montemayor nos cuenta que: “La antigua Logia Masónica que estuviese en sueños desde los albores de la revolución, auspiciada por la Gran Logia de Nuevo León, volvió a levantar sus columnas afiliándose a ella los sobrevivientes de aquella y reforzándose con nuevos elementos. Empezó a laborar nuevamente en la casa número 202 de la calle de Allende; después tuvo por hogar la número 30 de la de Escobedo de donde se trasladó definitivamente al soberbio templo que se levanta en la calle de Juárez (entre Bravo y Victoria)”.
Don Andrés R. Cavazos.
Es costumbre en los pueblos de nuestro México que los hijos a medida que van creciendo, van colaborando en los trabajos de la casa; Jesse contaba con trece años de edad y ya se encargaba de pastorear las cabras que su padre adoptivo tenía en el Rincón de las Calaveras; por las mañanas muy temprano tomaba: su itacate que era de tacos que hacia de chorizo con huevo y frijoles, y una botella con café con leche, con los que se alimentaría durante el día y emprendía la caminata hacia la sierra, donde en una hondonada a la protección de los vientos del norte estaba el corral de las cabras.
