Contemplamos con arrobo la cristalina corriente que llena el cauce del Río Sabinas y nuestra admiración y respeto para los primeros pobladores, que se asentaron a las márgenes y levantaron un humilde pueblo que se convertiría en Real y pasando los años sería Ciudad.
Poniendo nuestra imaginación en retrospectiva: contemplamos los gigantes ahuehuetes que en las orillas y en el centro del río se levantaban soberbios, retando a los vientos huracanados y conteniendo el ímpetu de las aguas que se deslizaban turbulentas buscando el mar; los habitantes originales tenían en sus aguas el líquido maravilloso que calmaba su sed, les refrescaba el cuerpo y les daba alimento en la abundancia de peces que se criaban en sus remansos y con paciencia cazaban a los animales que bajaban calmosos a mitigar el calor.
Con el paso de los años los conquistadores fueron cambiando su entorno; para aprovechar sus aguas que regaban las tierras de cultivo que abrían en la comarca construyeron represas y abrieron acequias para llevar el líquido hasta donde lo necesitaban.
Hubo años muy difíciles en que la lluvia no caía y el caudal escaseaba, pero la fuente original (El Ojo de Agua) permanecía generosa vertiendo su preciado líquido que tanto humanos como animales aprovechaban sin reservas.
De tiempo en tiempo se presentaban tormentas espectaculares que azotaban la región con su furia, haciendo que el río se saliera de madre y se desbordaran todos los arroyos que desembocaban en su cauce; dejaban tristeza y desolación; después de sepultar a sus muertos, los humanos volvían con esfuerzo a reconstruir sus jacales y su hacienda y los hatos de ganado que se habían salvado, volvían a reproducirse y llenaban de nuevo los corrales; aprovechando la humedad de la tierra sembraban los granos generosos que les permitían vivir con tranquilidad.
Estos fenómenos son cíclicos y Sabinas sufre en la actualidad los embates de la naturaleza, pero los tiempos y las circunstancias han cambiado tanto, que se necesita de un gran esfuerzo para que las acequias vuelvan a llevar el tan preciado líquido y se requiere de suficientes fondos para reconstruir todo el daño ocasionado.
La característica del hijo de Sabinas es que no se rinde nunca y en las peores circunstancias, con su esfuerzo e imaginación sale adelante.
¿Queremos fortaleza? vayamos a contemplar las cristalinas aguas que corren por el lecho del río, admiremos los borbollones que se forman en el Vado de Bellavista, divisemos desde el Puente de la Carretera la distancia que recorren las aguas, disfrutemos de la cascada cristalina que cae de la Turbina y veamos los múltiples aguajes que surgen de entre los árboles del pequeño bosque del Ojo de Agua y bañémonos en la corriente cristalina del Charco del Lobo y entonces agradecidos, digamos ¡ Bendito el Ser que nos permitió nacer en esta hermosa tierra! .
SANTOS NOÉ
Cronista de la Ciudad
Miembro activo de la AESH