No hace mucho, allá por junio del 92, cuando el sol cae a plomo, el grupo de pescadores deportivos, unos más amantes de la pesca que otros, salieron una mañana: Horacio Cavazos Botello, Mario Guadiana Treviño, Efraín Pérez Cardel, Yamil Pérez Martínez, Salvador Liuskos Jiménez, Vicente Rizzi González, José Luis Guzmán Villarreal, José Luis Viejo González y Nicasio Escamilla (hijo).
Iban a pescar por tres días (viernes, sábado y domingo), al Rancho “Del Azulejo”, que es todo un paraíso, con todos los servicios y cerca de Piedras Negras, Coahuila. (El norteamericano Harper, pidió ser sepultado ahí, y allí yacen sus restos, él construyó y dio vida a las instalaciones. Posteriormente le vendió a Don Luis González Garza y luego lo cedió a sus hijos: Luis y Leopoldo González González, que son los actuales dueños).
En el último día de pesca, (el domingo), ya casi todos los pescadores estaban listos para emprender la retirada, Horacio y Mario andaban “sobres”, rilazo y rilazo y uno que otro remazo, allá en el donde de la presa como a unos 300 metros por el lado sur, tercos a tratar de cobrar pieza más, el lugar no era para menos y había que lograrlo, porque a lo que iban, iban, no faltaba más.
Pero sus compañeros gritaban hasta desgañitarse que se salieran, porque ya querían regresarse, se hacían como que no los oían. Pero volvían a gritarles una y otra vez que se salieran. Y no hubo más remedio que empezar a remar. (La lanchita de fibra de vidrio no traía motor).
Recogieron todos los “riles” y empezaron a remar y a remar a toda marcha. Como a los 150 metros, Horacio le dice a Mario:
-Mario, rémale, no me la dejes solo.
A lo que Mario contestó inmediatamente:
-Si vengo remando más que tú y a mi se me hace que no vienes remando.
Y así continuaron recriminándose el uno al otro, eso si, seguían remando con un gran esfuerzo y ahínco, hasta que por fin, llegaron a la ansiada orilla, sin fuerzas y exhaustos, se tendieron en la vil tierra a descansar.
Al poco rato les ayudaron a sacar la lancha del agua y ¡vóitelas! un tremendo block de 8 pulgadas de los antiguos, de 30 kilogramos de peso, hecho con arena y cascajo del río, con bastante cemento y casi sin agujeros, venía atado a un cordel y hacía las funciones de “ancla” improvisada. Y eso era lo que no los dejaba avanzar y casi cada remazo era en vano. Por la gritería de sus compañeros de que se salieran lo apuraron y ni se acordaron de “levar anclas” y se la trajeron arrastrando o nadando. (A cualquiera le pesa).
Salen sobrando las palabras, para expresar cómo se burlaron sus compañeros de ellos por tal motivo, y así continuaron de seguro hasta llegar a Sabinas Hidalgo y no se duda que todavía lo sigan haciendo. ¡Ah, raza!