En ese mismo Torneo de pesca, se encontraba Francisco Alejandro Cantú, tirando su carrete tranquilamente y haciendo lo posible por atrapar un robalo, porque ya llevaba la mencionada tortuga registrada.
Cuando de repente, llegó Miguel Garza Durán, y sin ningún recato, ni miramiento, se colocó a unos dos metros de él y casi por sobre de él, lanzó el anzuelo con una sardina y los hilos formaron una cruz. No está por demás expresar, que la privacidad en la pesca es lo más sagrado y allí el pescador quiere que se respete el undécimo mandamiento bíblico: “No estorbarás”.
Parece que Miguel ignoraba todo lo anterior. Al poco rato los hilos se movían, un robalo había picado y casi ya se estaban peleando porque alegaban que el robalo estaba en su anzuelo. (De cada quien). Miguel aceptó que “Panchito” recogiera primero su línea y son gran desilusión veía que no había tal pez.
Lentamente, Miguel cobró la peleada pieza, pero “Panchito” seguía diciendo, que el robalo como quiera era de él, porque ese pedazo del Río Alamo, era de él, porque llegó primero a ese pedazo de la margen del citado Río Alamo. Y allí nadie debería importunarlo. Y como la costumbre es ley, el robalo le pertenecía, pero Miguel no se lo quería dar y obtuvo el sexto lugar del evento, donde participaron 65 excelentes pescadores.