Antes de partir a otra tropelía de la tropa, Abelardo sentenciaba:
– Primero vamos a robar fruta y tengan cuidado con Polencho.
Acto seguido, los Palomilleros obedecían sin chistar y diciendo y haciendo, al poco rato ya estaban en la huerta del Sr. Juan Morales, a veces hasta su hijo Juan los acompañaba. (Hay que recordar que estaba en la esquina de Guerrero y Lerdo de Tejada rumbo al Río Sabinas).
Los Palomilleros actuaban a la alta escuela de robos. Unos e subía al árbol, otro capoteaba la fruta, uno más la dejaba caer a la acequia y los demás esperaban que pasara la fruta flotando por el Callejón Guerrero y en la anacua del Profr. Ramón García la recogían, otros la esperaban en Porfirio Díaz, por si se les pasaba a los compañeros.
Polencho, como ya se dijo, no veía muy bien, y por el rumbo donde oyera ruidos, hacía sonar su honda. (Instrumento compuesto de un pedazo de cuero y dos correas que sirve para arrojar piedras).
Los Palomilleros volaban literalmente, por sobre la cerca del terreno de José Garza y al instante estaban en el patio de la casa de los Mascareñas. (Por el lado poniente de la huerta). Benito que andaba en las guayabas, que por cierto abundaban, no alcanzó a brincar y no tuvo más remedio que subirse a una enorme anacua como felino. Al poco rato llegaba Polencho y al no ver a nadie, se durmió en el tronco de la citada anacua. Parece que todavía se oyen los gritos después de 50 años de los Palomilleros:
– ¡Allí está uno Polencho, allí está uno Polencho!
Y Benito estaba trepado sin querer respirar para no ser descubierto. Abajo Polencho seguía roncando y la ralea al otro lado gritando. ¡Ah, tiempos aquellos! ¡Hacían los mismo o parecido aca Cuala!