En otra ocasión, Abelardo ordenaba:
– Rubén, quítale un tomate a Doña Finita, tú Benito, cascaréale una cebolla; tú, Gilberto, vuélale a Doña Julia unas tortillas y si son de harina ni me las calientes, (y en el camino se las iba comiendo), tú, Beto (Roberto Garza) quítale a Cuquita una poca de sal y unos chiles; Martín, róbale a tu tía Concha un ajo; Pepe, quítale a Doña Silveria un plato hondo con cuchara; y tú Gelo (Rogelio González) dale un llegue a Doña Pepa con los trastes pa’l caldo; y tú Pepo (José Ramírez) en una descuidada que se dé tu abuela Julia Sánchez, le birlas la pimienta y el comino.
Y así “armaba de volada”, que por allá abajo de un frondoso sabino, habría un suculento caldo, a veces hasta con tortillas de harina, que en aquellos aciagos días, casi ni se conocían.
Pero eso sí, él no ponía nada, sólo la iniciativa o la orden que daba. Cuando ya salía el caldo, era lógico y como jefe de la tribu, se servía primero, el mejor bagre, mojarra o robalo, que por cierto abundaban, y aunque haya lectores que no lo crean, donde quiera había agua ( en el río y en la acequia) un papa grande y todo lo que quisiera servirse. Falta decir que en un plato hondo y con cuchara, la demás ralea se abalanzaba sobre lo que había dejado el jefe; y sin plato y cuchara, y sin protocolo, arremolinados como apaches y en cuclillas, alrededor de la vasija daban cuenta en forma rápida y voraz de lo que había quedado. (Trozaban, cortaban, tragaban, mochaban y engullían).
No está por demás decir que cuando no pescaban nada, los ingredientes no se escapaban y se les ponía a hervir y al salir el supuesto caldo, la operación era la misma. Había que cuidar la vasija, porque como el jefe era maloso, así se usa ahora, venía y escupía en la vasija para que ya no comiera nadie. No se duda ni tantito que en otros barrios hubiera otros “Abelardos” (sobre todo en Sonora y en El Alto).