Atrás, pero muy atrás, quedaron los tiempos cuando en el Partido Acción Nacional batallaban para conseguir a alguien que quisiera contender por un cargo de elección, pues era tal la hegemonía del PRI, que, de antemano y sin temor a errar, era posible asegurar la derrota del candidato albiazul.
Pero empezaron a llegar los triunfos y aunque fue a cuenta gotas, el PAN obtuvo una alcaldía por aquí, una gubernatura por allá, y los triunfos siguieron sumándose convirtiendo al albiazul en un serio contendiente en los procesos electorales, quedando atrás los tiempos de seca, empezando los de cosecha.
Y tan buena resultó ésta, que el PAN alcanzó la cúspide cuando, con Vicente Fox de candidato, logró sacar al PRI de Los Pinos, alcanzando así un sueño largamente acariciado.
Y la dosis se repitió en el siguiente sexenio con el triunfo, muy cuestionado por cierto, de Felipe Calderón, cuya fallida gestión sirvió para que el PRI, en la persona de Enrique Peña Nieto, ganara nuevamente la Presidencia de la República.
A pesar de ello, y comparado con aquellos lejanos tiempos, los panistas han ido ganando terreno, lo que indudablemente ha generado tal efervescencia en el seno de este partido, que, contrario a lo que ocurría antes, ahora sobran los aspirantes a cargos de elección popular.
Y a tal grado han llegado las cosas, que muchos miembros de otros partidos cambiaron de barco, sobre todo a raíz de la llegada de Fox a Los Pinos, buscando un futuro más promisorio para sus abiciones personales, habiendo logrado desplazar a panistas de cepa. Pero esa es otra historia.