Dicen que en la guerra y en el amor se vale de todo, y las campañas políticas son un fiel reflejo de lo anterior, por eso, además del árbol genealógico completo, en el curso de las mismas salen a relucir cuestiones relacionadas con el carácter, desempeño en actividades anteriores, e incluso aspectos más íntimos de quienes participan en pos de un cargo público.
Y es que en el intento por alcanzar el poder la lucha se vuelve encarnizada, y cada candidato hurga en el pasado de sus adversarios tratando de descubrir algo que sirva para exhibirlos y descalificarlos ante los electores.
Pero dichas prácticas no son privativas de nuestro país, pues hace unos días nos enteramos de que el aspirante republicano a la Casa Blanca, John McCain, tuvo una relación extramarital ¡hace más de ocho años!
Claro que hay excepciones, y, por suerte, aún existen quienes al ser nominados candidatos a un cargo de elección popular, realizan una campaña de altura, donde destacan las propuestas y el respeto a sus adversarios políticos y a la ciudadanía en general.
Desgraciadamente, la elección presidencial más reciente no fue un ejemplo de esto último, pues debido al temor que les inspiraba, el mismísimo presidente encabezó una feroz campaña mediática contra el candidato del Sol Azteca, en la que también participó la cúpula empresarial ante el temor de perder los privilegios que siempre han disfrutado.
Claro que el inspirador de la campaña tampoco se distinguió como un luchador técnico, pues en respuesta a sus detractores, en sus discursos también destacaron los insultos.
A fin de cuentas, lo cierto es que dicha campaña quedó registrada como una de las más sucias en los anales políticos de nuestro país.