En referencia a la administración pública en general existen por ahí algunas frases o dichos que reflejan el cinismo, el conformismo, o, simplemente la percepción que el ciudadano común tiene al respecto.
“No pido que me den, nomás que me pongan donde hay”, es una de ellas; otra, cuya autoría se le achaca a un político de la vieja guardia ya desaparecido, quien sentenciaba: “un político pobre es un pobre político”.
También dicen que “el que no tranza no avanza”, o quienes resignada y convenencieramente señalaban: “no importa que roben, nomás que salpiquen”, y otra muy común que reza: “entre más obras, más sobra”.
Estas frases o dichos retratan fielmente lo que piensan los ciudadanos, y, aún los mismos funcionarios, y ponen de manifiesto la desconfianza, pero también el conformismo ante una conducta que se considera normal.
Esto significa, ni más ni menos, que la deshonestidad, la corrupción y la transa se consideran la regla, llegándose al extremo de catalogar de pen… tontos a quienes actúan honestamente.
De esta manera, se da como un hecho que, entre otras cosas, en las administraciones de cualquier nivel (federal, estatal o municipal) son comunes los presupuestos inflados, obras defectuosas, así como la existencia de aviadores y proveedores favoritos, con el consabido moche o comisión, sin faltar la ejecución de obras o trabajos personales con equipo y recursos públicos.
Así, mientras muchos resuelven su situación económica en tres o en seis años, en los pueblos y en las ciudades persisten infinidad de problemas sin visos de solución.