En la Sierra Madre de Santa Catarina existe una población llamada El Pajonal. Pueblo que se niega a morir, con menos de diez habitantes y a 1,460 metros de altitud sobre el nivel del mar. Gracias a un documento de 1736 sabemos de su existencia. Lugar de frontera y de disputa territorial entre el Nuevo Reino de León y la Nueva Vizcaya. Los Flores de Abrego de Saltillo reclamaron estas tierras desde el siglo XVII. Y con justa razón, pues eran descendientes de una hija de don Lucas García llamada Juana de Farías, casada con Nicolás Flores de Abrego. Luego el marquesado de Aguayo se sintió con jurisdicción en éstas montañas, provocando que los accionistas de la hacienda y valle de Santa Catarina continuamente refrendaran éstos sitios como suyos.
El nombre nos remite necesariamente a un pajonal, terreno húmedo poblado de juncos, pastos y pajas, tan buenos para alimentar a los ganados mayores y menores. La humedad propiciaba el cultivo de granos y cereales y frutos característicos de las tierras altas como la manzana, la ciruela y el durazno. Como se advierte, un pajonal es de gran amplitud ecológica y se caracteriza por tener suelos muy inundables. Y por ahí bajan los torrentes de la sierra, formando un pequeño lago o jagüey al que los patriarcas llamaron de Dios. Estas tierras fueron siempre productivas tanto para el hombre, la flora y la fauna que habitan en esta tierra tan cercana al cielo.
El 85 por ciento de la extensión territorial de Santa Catarina está en la Sierra Madre Oriental. En consecuencia, aun tenemos población rural que no pasa de cien habitantes. Entonces hablamos de dos realidades: la urbana y la rural. Para algunos, la cortina Rompepicos divide al municipio en dos. Entre ellas, hay una región intermedia que va desde Horcones, Nogales, los García, Buenos Aires, Corral de Palmas y El Alto a las cuales se empeñan en urbanizar. En el rancho de las Tinajas el camino se bifurca, el de la izquierda nos lleva rumbo a Santiago a través del Marrubial, San Cristóbal y los Lobos. De San Cristóbal sigue la Ciénega de González, San Juan Bautista y Laborcitas, que pasaron a formar parte de Villa de Santiago el 15 de septiembre de 1898. El camino de la derecha nos lleva a El Pajonal, la entrada a la porción de la sierra que nos une a Arteaga, Coahuila. De Tinajas continúa un paso que se abre por entre la sierra repleto de desfiladeros. Ahí en lo alto está el Pajonal. Sigue el Saumado, más adelante el camino se divide; uno hacia Santa Cruz, Tunalillo y San Antonio de la Osamenta y de ahí a Arteaga. El otro camino nos lleva a la placeta de Juana Flores, Canoas, los Llanitos y el Refugio, limítrofes con Ramos Arizpe, Coahuila.
Después de la cabecera municipal, el lugar más antiguo de Santa Catarina es el Pajonal. Pueblo ancestral situado en una meseta en medio de la sierra a la cual se accede por dos cuestas, una llamada los Bancos y la otra de la Manteca. Es proverbial la leyenda que relata de cómo una camioneta cayó a uno de los precipicios y en ella venía una familia. Desde entonces se aparecen niños por el camino. O también del ancianito que sigue a lo lejos a los caminantes y que de pronto de pierde en trayecto. Del vecino que se quedó dormido cuando bajaron las aguas del Gilberto en 1988 y de pronto un niño le advirtió que se despertara ante el inminente peligro de una inundación. La famosa cuesta de la Manteca debe su nombre por resbaladiza y peligrosa: el cordón umbilical que comunica a los poblados de la montaña con la cabecera municipal. Lugar de pasos y venidas. Desde bajadas de agua que han interrumpido bodas y fiestas en cada inundación, hasta el paso de bandidos y partidas de indios bárbaros y rebeldes. De tropas revolucionarias que intentaron acceder en forma rápida y efectiva al altiplano central. Lugar místico y cósmico. Las casas del Pajonal que valen la pena preservar están en los bordes de la montaña, evitando los terrenos bajos y anegadizo, siempre cubierto de paja brava y otras especies asociadas, propias de los lugares húmedos alrededor del Jagüey de Dios. Tierra de Arizpe, Sánchez, Valdés, Camarillo, Barrios, González, García, Guzmán y Saucedo. Tierra de hombres y mujeres ilustres que dejaron el pueblo y no pueden olvidarse del Pajonal.
El 20 de abril de 1914, las tropas carrancistas al mando de Pablo González y Antonio I. Villarreal, comenzaron el asedio sobre Monterrey, defendida por tropas leales al general Victoriano Huerta. Después de tres días de continuos ataques, la tropa federal al mando del general Wilfredo Massieu salió de Monterrey siguiendo el cauce del río Santa Catarina. El entonces sargento Anacleto Guerrero les dio alcance en el Pajonal en donde les quitó ocho cañones quedándose con 74 prisioneros. Tiempo después, Anacleto Guerrero se hizo gobernador de Nuevo León entre 1936 y 1939 y Wilfredo Massieu fue director del Instituto Politécnico Nacional entre 1940 y 1942.
En la década de 1940, a la escuela de El Pajonal le llamaron Diego Saldívar Luna, quien fuera un hombre ilustre y ex alcalde de San Pedro Garza García. Hijo de Diego Saldívar Luna y Sara de Luna, ambos de Santa Catarina. Saldívar Luna era originario de Garza García. Estudió medicina y la ejerció en su pueblo natal. Fue alcalde de San Pedro Garza García de 1931 a 1932. Tuvo una hermana llamada María, también nacida en Garza García. Ella fue la primera médico obstetra egresada de la escuela de medicina de Monterrey. Así lo reconocía el entonces gobernador de Nuevo León, General Bernardo Reyes en sus memorias de fines del siglo XIX. Ejerció como partera por muchos años en San Pedro, San Jerónimo, la Fama y Santa Catarina de manera desinteresada. Lo mismo acudía a caballo o en carreta a lugares tan distantes como el Pajonal, Santa Cruz y Canoas en la Sierra Madre. Tenía su consultorio, farmacia y una pequeña clínica para atender a las parturientas en una habitación de su casa. Esta familia Saldívar mantenía nexos espirituales, materiales y familiares en la Sierra. Eran los propietarios de una finca en la cuesta de la Manteca.
Un vecino le dijo a don Chuy Esparza: “Allá en el solar o en el cobertizo establecimos una nueva familia de acuerdo a la disciplina del trabajo, supimos de paredes viejas y jacales de carrizo, lo que era una estancia y un mesón en honor a la verdad, lo que es el trabajo de sol a sol y la recompensa del beneficio económico, en lo más alto de la sierra donde la atmósfera trasparenta y el viaje es eterno. Nos preocupa la gente que abandona el campo, aquí donde hay que darle vida a esto. Esa prosperidad económica es ya histórica, se ahuyentaron las lluvias y los pozos profundos acabaron con los aguajes, nuestro propósito es seguir trabajando la tierra, estar dispuestos, lamentablemente hay osos que no solo quiebran ramas, sino que se llevan la fruta en cajas y aparecen allá en Santa Catarina”. Yo comparo la cuesta de la Manteca con la cuesta de las Comadres, el cuento de El llano en llamas de Juan Rulfo: "Sin embargo, de aquellos días a esta parte, la cuesta de las Comadres se había deshabitado. De tiempo en tiempo alguien se iba; atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y desaparecía entre los encinos y no volvía a aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo. Y yo también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había atrás del monte que no dejaba volver a nadie; pero me gustaba el terrenito de la Cuesta".
Los poblados de la sierra Madre correspondientes están desapareciendo. Y con ello, un trozo de nuestra historia regional padecerá la pérdida de un pueblo nuevoleonés.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina