El trabajo en las minas era el más peligroso y duro; las condiciones y la técnica lo hacían muy riesgoso. Para su explotación se utilizó la mano de obra indígena.
Los conquistadores y sus descendientes obtuvieron mercedes de encomienda, o sea, indios obligados a servir y tributar a un encomendero, a cambio de impartirles doctrina cristiana y buen trato. Este sistema debía resolver el problema de evangelización y mantenimiento en la observancia religiosa de los nativos.
El repartimiento consistía en la sujeción retribuida con un salario que se suponía justo; el porcentaje de aborígenes de repartimiento no debía alterar violentamente la vida y economía de los pueblos. Ambas modalidades se convirtieron en sinónimo de abuso e injusticia; disposiciones y ordenanzas para proteger a los naturales, fueron letra muerta en las extensas regiones coloniales, principalmente en los centros mineros.
La baja demográfica de los pueblos indios, ocasionó graves trastornos en el rubro, pues éstos solo quedaron precisados a prestar un 4% de los varones mayores de 18 años para trabajar en las minas y obras públicas. Por otra parte, la solución de traer esclavos negros resultó muy costosa y provocó una importante contracción que se tradujo en la baja producción. Con esto, los excesos contra los indígenas se acentuaron, solapados la mayoría de las veces por las autoridades, convencidas de la necesidad del trabajo forzoso para mantener y aumentar los niveles de explotación.
En las regiones poco pobladas del norte, fue práctica común la captura de grupos chichimecas para su venta como esclavos en las zonas mineras de más importancia. Además, como en estos lugares era difícil encontrar indios de servicio, los nómadas fueron obligados a trabajar a través de congregas y reducciones, en un peculiar e ilegal sistema, donde al terminar las labores, ya sea en la agricultura, ganadería o minería, para no seguir alimentándolos, se les dejaban ir, conservando como rehenes y en el servicio hogareño a las mujeres e hijos, lo que facilitó su sometimiento.
La organización social, política y religiosa novohispana, intentó incorporar a dichos naturales, tomando como modelo a los pueblos del centro. Para tal objeto a partir del siglo XVI, trajeron tlaxcaltecas, mexicanos, otomíes y otros indios adictos a los españoles, para vivir junto a los nómadas recién congregados y atraerlos con su ejemplo al orden de república y comunidad. Algo se logró, sobre todo en cuanto a los hallazgos mineros, ya que estos naturales, participaron directamente en la exploración y búsqueda de vetas en tierras y montañas inhóspitas. No se cumplió el primordial objetivo, al toparse con la resistencia y hostilidad de los aborígenes.
Fuente:
TREVIÑO VILLARREAL, Mario. Mil días de riqueza. San Antonio de la Iguana. Monterrey, N.L. Archivo General del Estado de Nuevo León. 1990. 151 pp. (Cuadernos del Archivo No. 48).
Mario Treviño
CIHR-UANL