A la muerte de don Eugenio Garza Sada, el grupo de empresas que pertenecían a la familia Garza Sada se dividió en dos. Los hijos de don Eugenio se quedaron con la cervecería, considerada la empresa madre establecida desde 1890, con la cual consolidaron Valores Industriales S.A. Mientras que don Roberto Garza Sada, con Hojalata y Lámina, la cual venía funcionando desde 1942, consolidó un grupo industrial al que llamaron Alfa, considerado pionero y ejemplo a seguir en los 70 y 80 del siglo XX. A tal grado que el sueño de mi generación, era egresar del Tecnológico de Monterrey, trabajar en Alfa y tener un auto Fairmont.
El grupo Alfa estableció un corporativo de oficinas rumbo a Carrizalejo, en una de las zonas más exclusivas del sector residencial de Garza García. En medio de un bosque urbano, sobresalen aun los edificios apegados a modelos arquitectónicos considerados en su tiempo como de vanguardia. Los hijos de don Roberto, siguiendo su ejemplo, se convirtieron en mecenas del arte, la educación y la cultura. Apoyaron escuelas, proyectos de investigación como de promoción cultural y artística. Mandaron construir un proyecto de desarrollo comunitario, integrado por un espacio museístico, con un jardín repleto de elementos didácticos que acercaran a los alumnos a la ciencia y la tecnología.
Era 1976 en Nuevo León. Pedro Zorrilla Martínez ocupaba la gubernatura del estado. Un año de transición entre Luis Echeverría y José López Portillo. Ambos gobernaron entre 1970 y 1982, la llamada decena trágica que dio al traste todo lo que se obtuvo mediante el milagro mexicano y el periodo del crecimiento hacia dentro. Si en su tiempo Luis Echeverría se enemistó con los empresarios, ahora López Portillo se presentaba como la reencarnación de Quetzalcóatl, el único que podía salvar a la patria de la ancestral mediocridad en la que habíamos caído y elaborar una estrategia que permitiera administrar el estado con eficacia y la riqueza, cuando encontraron nuevos yacimientos de petróleo y se cumplió el temor de López Velarde cantado en su poema Suave Patria: “El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”.
Había que saber administrar la riqueza y muchas empresas adquirieron créditos e inversiones que luego no pudieron pagar. Sobrevino la crisis de 1982 y al joven grupo Alfa le fue mal. Ante los problemas políticos y sociales, el entonces presidente del grupo Bernardo Garza Sada, siguió adelante con el sueño de don Roberto; el de construir un recinto digno de albergar las manifestaciones culturales y artísticas más diversas. Un lugar donde la cultura, el arte, la ciencia y la tecnología apoyaran la educación de los niños y de los jóvenes. Ya habían apoyado una galería de arte y promoción artística en Monterrey. La familia Garza Sada, pretendía dar a la comunidad una oportunidad de ver algo que no existía en Monterrey que solo tenía tres museos: uno de historia regional en el Obispado y dos en la cervecería, uno dedicado al beisbol y el otro estaba enfocado al arte.
Se pensó en un museo con una sala de exhibición versátil: en donde lo mismo se ofrecieran conciertos de danza, música, teatro y conferencias. Con salas en donde estarían las colecciones permanentes en torno a las ciencias puras y aplicadas, junto con exposiciones temporales. Un auditorio con un sistema omnimax y un concepto al que pronto llamaron planetario. Para ello necesitaban una gradería inclinada entre 25 y 30 grados con respecto a la horizontal y así contemplar paisajes y fenómenos en todo su esplendor. La construcción del inmueble tardó siete meses, en el cual participaron en el diseño y forma del edificio, personajes como el ingeniero Aliber García, quien contactó al arquitecto Fernando Garza Treviño para pedirle una propuesta de diseño y un proyecto estructural a Francisco Garza Mercado. Una vez que Diego Sada lo conoció, se lo presentaron a don Roberto y Bernardo Garza Sada en mayo de 1976. En la construcción participaron el ingeniero Jorge Roesch y la constructora Sada Rangel. Pensaron que el edificio debería trabajar estructuralmente como una membrana; con 40 metros de diámetro y una altura de 34 metros, una estructura de concreto armado con una inclinación de 63 grados en horizontal, semejante a un telescopio viendo hacia el horizonte.
Un museo con un total de cuatro mil metros cuadrados de construcción en donde sobresale un edificio de forma circular, de audaz diseño y resplandor acerado, con aluminio estriado que nos remontara a los edificios descritos en las obras de ciencia y ficción. Para el acceso al museo, proyectaron un gran espacio abierto que nos recuerda a los grandes centros ceremoniales prehispánicos. Fue diseñado por los arquitectos Fernando Garza Treviño, Samuel Weiffberg y Efraín Alemán Cuello.
Pidieron apoyo a la NASA de los Estados Unidos, para lo cual se hicieron pruebas en el mes de diciembre de 1977. El costo aproximado fue de 80 millones de pesos. Un museo con cinco pisos, una sala central o lobby en la cual domina el mural de Manuel Felguerez. Un mezzanine para exposiciones temporales. En el primer piso la exposición de astronomía y en el segundo la física recreativa. El espacio fue inaugurado en una ceremonia privada el miércoles 26 de abril de 1978, en la cual se dice estuvo presente la entonces primera dama Carmen Romano de López Portillo. Para el público fue inaugurado formalmente el 11 de octubre de 1978 por el entonces secretario de Educación Pública, Fernando Solana Morales y por el presidente del Grupo Alfa, Bernardo Garza Sada.
Con el fin de ser más atractivo a los visitantes, el museo ha tenido tres ampliaciones: una en 1988 cuando se inauguró el pabellón del Universo, en el cual sobresale el único vitral realizado por Rufino Tamayo. En marzo de 1994 se inauguraron las áreas exteriores, con un jardín de la ciencia, un aviario en el cual se pueden admirar cerca de 200 ejemplares de 25 especies de aves entre aves, patos, gansos, pavos reales y muchas otras más. Y en 1998 se inauguró un observatorio astronómico, considerado el más grande en su tipo de México, además de un auditorio en el cual se pueden realizar conferencias y eventos.
Había unos camiones que llamaban delfines y trasladaban a la gente desde la Alameda hasta el planetario. Y éstos recorrían todas las escuelas y centros sociales para llevar gente al museo. Ahora le llaman Planetario Alfa. Indudablemente un espacio digno de Monterrey, con 35 años de tradición. Ojalá y el grupo empresarial, deudora del legado de don Roberto Garza Sada, lo mantenga, promueva y enriquezca a uno de los emblemas más característicos de San Pedro Garza García y de Nuevo León, para beneficio de todos los alumnos y público en general.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina