Viernes 2 de marzo, 2012. Auditorio de la Normal de Sabinas.
Excepto aquellos días que hemos venido a entregar a la madre tierra, los cuerpos ya sin vida de nuestros padres y de nuestro hermano, es siempre motivo de alegría el hecho de venir a Sabinas. Ahora, el sentimiento es más intenso por el encuentro con este respetable público y por el propósito que nos reúne.
Cada visita al solar natal, es una antología de recuerdos y nostalgias. La memoria recrea momentos del pasado. Niña otra vez, recorro de nuevo las calles de la casa a la escuela primaria, Teresa R. de García, entro en el recinto inolvidable, observo el patio extenso y silencioso. Ocupo un banco dual de aquellos con herrajes o un pupitre individual. Escucho las voces de maestras y niñas, sus risas y su trajín habitual. Un silbato llama a las filas y, en la gran explanada, frente al busto del benefactor, me integro a las notas del Himno Nacional.
Luego el itinerario cambia y voy a la Secundaria Antonio Solís. Pueblan de nuevo las aulas los maestros. Daniel, Elba, Víctor, Jorge, Alejandro, Raúl y el tropel de adolescentes, entre los cuales incluyo mi presencia. Las matemáticas me hostigan, la lengua nacional, la historia y la biología me recrean, el deporte atempera mis ímpetus. Empiezo a ver a los muchachos, sobre todo a José Carlos quien me dejó una carta de amor que leí mil veces y guardé cuidadosamente, luego, Juan Carlos desapareció del escenario. No lo olvido, su recuerdo está presente aunque jamás hayamos hablado. Hasta hace apenas unos cuantos meses supe que, cuando se ausentó, había regresado a Saltillo, su lugar de origen y, supe también, que ya emprendió el viaje sin retorno.
La Escuela Normal llegó a mi vida a mis 15 años. Fue tiempo extenuante de trabajo como maestra en la primaria con todos los errores de la inexperiencia y de la juventud y tiempo de estudio nocturno al lado de “Los siete sabios de Grecia”, como llamábamos a ciertos compañeros, entre ellos, Gonzalo Guajardo, Octavio Quezada, Rodolfo y Rogelio de León, César Saldaña. Veo a la Normal, primero, en el edificio de la misma secundaria, luego, en una antigua casa de la calle Ocampo donde concluyo ese período. Evoco al profesor Eugenio Solís, fundador y director de la institución, su cátedra y su sonrisa amable. Entono el himno: “Sabinense, la ciencia os depara, del saber el mirífico altar, ya Minerva. . .”
Ya en Monterrey, a donde el destino nos llevó, la docencia y la academia se reiteran entre el llamado imperioso de la vida afectiva. Luego, La Normal Superior, las lenguas. Europa, la bella Francia, país de mis nostalgias. La Universidad Autónoma de Nuevo León, y, en todas ellas, siempre vigentes las memorias de Sabinas, para mí, Capital del Mundo.
Por eso Jorge Luis Borges dice: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, somos ese montón de espejos rotos”. Y por eso, el Consejo de Historia y Cultura de Sabinas presidido por Héctor Jaime, aquí presente, realiza la noble tarea de cultivar la historia, de reconstruir y unir los fragmentos de esos espejos rotos y así podemos reconocernos y reflejarnos de cuerpo entero. Porque sabemos que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.
Agradezco profundamente a este Consejo, la distinción de la que me hace recipiendaria y la comparto con todos los sabinenses a quienes tanto debo.
Carolina Montemayor Martínez.