Juan Morales Garza

Rescatado de los Indios – Segunda parte

La Vida Inquieta de Don Manuel M. García

Juan Morales GarzaContinuación del relato "Rescatado de los Indios".

Todo era ajetreo en la plaza; los jefes de la guardia Nacional en el pueblo, el Capitán don Andrés Enríquez y el Teniente don Jesús Perales, fogueados y aguerridos sabinenses, centinelas del épico poblado, han ordenado la salida a campaña de un fuerte núcleo de hombres de armas, en estos casos nadie rehúye al compromiso, las gentes todas saben hermanarse en las amargas como en las dulces, han enviado traer del rancho de Santa Ana, a un tal Pedro Reta, experto en seguir rastros, capaz, según el decir de las gentes, de seguirle la huella a un lagartijo, aún cuando este se desplace sobre el cascajal del río; han acordado emprender la marcha al querer clarear el nuevo día, para agarrar la huella temprano y seguirla sin descanso; que vaya el rastreador delante y la tropa tras él, al quite, para cumplir su cometido.

Y en el temporal de don Jesús hallaron el rastro que seguía hacia el norte, torciendo en la Cañada del Brasil rumbo al cerro, hasta el Alto de la Coma, donde seguía el rumbo anterior hasta internarse en el Rincón de la Mulada, a la puerta del cual hallaron el lugar donde los gandules habían acampado, encontrando restos de las fogatas, carbones medios encendidos.

Husmeando el terreno, el rastreador Pedro Reta descubre la huella del niño en cuya busca iban, delineada borrosamente en dicho lugar. Atisbaban ansiosos el horizonte, una mansa quietud los envolvió, del rumbo de Laredo avanzaba un compacto nuberío, luego un poco empezó a cantar la grulla siguiéndole luego, (según decía Chón) un aire reseco con llovizna, el frío calaba hasta los huesos, el rastro apuntaba rumbo a Santa Rosa, dificultándose un tanto el seguirlo porque apretaba la lluvia.

Había que dar un respiro a la tropa, en el Charco de la Palma hicieron alto; fueron consumidas las escasas provisiones, sacrificando además una res de fierro de don Cecilio, quien juntamente con los demás dueños de las rancherías, habían facultado a la tropa a que sacrificaran, para su subsistencia, reses del que fuesen, así en lo errado de no haber en lo mesteño.

El mal tiempo seguía, siguieron rumbo al Puerto de Guajolote donde hubieron de pasar la noche, encendiendo grandes fogatas para contrarrestar los rigores del frío. Al amanecer la helada era intensa, los cerros se veían blancos cual si sobre los copetes hubiesen volcado miles y miles de copos de algodón, el rastro se había casi perdido, la tropa fue dividida a fin de explorar hacia diversos rumbos, quedando de acuerdo los jefes de reunirse en aquel sitio al pardear, unos irían hasta Ranas, otros a Pascuales, unos más se regresarían rumbo al Pantano y el resto seguiría por el arroyo del Puerto, tirándole hacia las Lajas.

No fue sino dos días después, en que como rayo de esperanza se presentó voluntariamente un antiguo jefe comanche, el indio Guazipi, amnistiado desde mucho tiempo atrás, avecindado en el pueblo, que encontrándose fuera cuando la expedición se organizó, ahora acudía a prestar auxilio. Conocedor de las costumbres de los congéneres, aconsejó a la tropa que se encaminase al Rincón de la Víbora, en cuyo aguaje deberían estar los indios. Se encaminaron a dicho lugar y mucho antes de llegar, por consejo de Guazipi, la mayor parte de la gente avanzó a pie, dejando la caballada en el Toboso, el indio se adelantó él primero, regresando con la novedad de que los comanches estaban en el aguaje. Siguiendo su consejo hizo alto la tropa, esperando que oscureciese para coparlos y rodearlos por completo.

Mucho agradecería a toda aquella persona que posea fotografías y anécdotas en pro o en contra relacionadas con Don Manuel M. García, favor de dirigirse a los Tel. 242-22-98 ó al correo electrónico juan-moralesgarzal @hotmail.com con el Sr. Juan Morales.