Conocí al filósofo Agustín Basave Fernández del Valle como alumno en el curso de filosofía contemporánea en el Seminario de Monterrey en el año de 1985. Ya tenía referencias de su amplia carrera en la abogacía, las letras, las humanidades y la docencia. Un personaje muy interesante, pues creo que no preparaba sus clases o al menos nunca vi esquemas didácticos para transmitirnos temas de actualidad filosófica. Llegaba, comenzaba con la típica estructura escolástica de la introducción, exposición y discusión.
Y así como llegaba se marchaba: impecablemente vestido, con elegancia justificada en su tradicional abolengo jaliciense. Sin recurrir a apuntes o lecturas, todo lo tenía en su mente y comenzaba verdaderamente a filosofar. Y ¿sabe por qué? Un día nos dijo que si queríamos aprender a filosofar, teníamos dos caminos, aprendernos el pensamiento de todos y de cada uno de los principales pensadores o de plano, ponernos a pensar por nosotros mismos en torno a los grandes problemas del ser, pensar o el actuar. Tenía compañeros, la mayoría que preferían la primera opción, mientras que y siempre pensé que la segunda, era la mejor de filosofía que un filósofo mexicano nos podía hacer.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que parafraseando a Terencio, Basave era una persona a la que nada humano le era ajeno. Lo mismo hablaba de su teoría de la habencia, de la filosofía como praxis y propedéutica de salvación, de la filosofía del amor y de la muerte. Por ejemplo, cuando recién falleció su esposa, llegó y nos expuso una excelente presentación en torno al problema de la muerte.
Sabía de su pasado universitario, de su labor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, de su rectoría en la Universidad Regiomontana, de sus clases en el Tec de Monterrey, con la que compartió riquezas académicas con otro ilustre pensador llamado Alfonso Rubio y Rubio. De su trabajo como notario público y representante diplomático. Un fiel humanista apegado al estricto concepto del hombre como ente de acción y reflexión. Gustaba de la buena vida y del baile, de la música y de la apreciación estética.
Agustín Basave Fernández del Valle nació en Guadalajara el 3 de agosto de 1923 y se despidió de la vida terrena el 14 de enero del 2006. De una estirpe jaliciense a la que Nuevo León les está en deuda, pues de la Perla Tapatía han venido personajes de la talla de Gonzalitos, Bernardo Reyes, los obispos Jacinto López Romo y Salvador Apodaca y Loreto y de profesionistas como Juan Antonio González Aréchiga. Su padre de mismo nombre, llegó a dirigir en su tiempo al diario El Norte y participó activamente en la fundación del Tec de Monterrey en 1943.
Indudablemente que Basave fue un hombre polifacético a la vez controvertido. En su cuna y alma mater, la actual Facultad de Derecho y Criminología de la UANL, se graduó como abogado y completó su formación en España en donde se doctoró en filosofía y en derecho. Miembro de innumerables asociaciones, conferencista, académico laureado con varios grados académicos, que supo poner a Monterrey en el mapa del pensamiento contemporáneo. Un hombre que retó a los sistemas filosóficos procedentes de Europa y de Estados Unidos, quienes negaban la tradición filosófica mexicana. Y desde la soledad norestense, supo defender la rica historia del pensamiento mexicano. Un filósofo a la altura de los grandes exponentes de la filosofía contemporánea, indudablemente.
Su obra permanece entre nosotros a través de su familia, sus escritos y publicaciones. Falta revalorar y proponer al doctor Basave como modelo a seguir en la reflexión humanística que impera en nuestras universidades locales. Un hombre con raíces regiomontanas que supo ser y tener una vocación universal.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina