En realidad no era uno… había varios roperos en la casa… como en todas las casas, eran también varios los roperos que formaban parte del escenario hogareño.
El ropero más viejo era mi preferido, por sólido, por firme color y por todo lo que encerraba… todo cabía en aquel ropero: ropa, zapatos, trajes, abrigos, corbatas, sombreros, perfumes, fotos, monederos, archivo… pero sobre todo cabía el tiempo… el tiempo con bolitas de alcanfor.
El ropero envolvía misterio y tranquilidad a la vez, por dentro y por fuera… por dentro cada cosa era bien conservada, necesaria en su momento, nada dentro del ropero era inútil: la camisa del domingo, el vestido para los bailes, los zapatos casi nuevos, las chalinas, el sombrero para salir, las imágenes de santos y fotos de artistas, las polveras, la vieja carabina entre las ropas y por ahí la caja de archivo familiar, donde se contenían actas de bautizo, de matrimonio, de nacimiento, boletas de calificaciones, fotos de ayer, papeles y más papeles…
Pro fuera, el ropero era un armazón que adornaba un cuarto de la casa, sus espejos daban luz y remanso. Arriba del ropero siempre algo se colocaba: un velís, un bulto o una caja, o sí no ahí estaba el viejo radio encendido por la mañana… el espacio entre el ropero y la pared era utilizado para acomodar colchas o colgar improvisadamente algo; servía también ese íntimo espacio para cambiarse de ropa y arreglarse para salir a la calle.
Al ropero se le movía para uno y otro lado, según el constante acomodo de los muebles de cada cuarto… si a veces la cama en tal pared, entonces el ropero en aquella esquina… si la salita en medio, entonces el ropero al fondo. Por ello siempre pensé que le viejo ropero le faltaba hablar… tantas imágenes había visto sus espejos, tanto guardaba adentro, tanto soportaba arriba, tanto escondía atrás y por tantos lugares había andado, que el ropero, pensaba yo, guardaba la historia de la casa, de mi vida, de mi niñez y de mi adolescencia…
El viejo ropero era de dos largos espejos y una luna en medio. Había otros muchos más anchos y pesados, de duras maderas ensambladas, como también los había pequeños y fáciles de mover… unos tenían patas fijas y otros con rodadillos… con cajones de medio, abajo o al abrir una de las puertas; de colores negro, café claro o café oscuro.
Además de todo, el ropero era limpieza en sí, casi no permitía la entrada del polvo ni la luz a su interior, no contenía humedad y por ello todo lo que en su interior guardaba, se mantenía casi igual… solamente el tiempo hacía viejo el ropero… sólo el tiempo… las cosas se mantenían esperando el mañana… por eso aquella canción de Cri-Cri tenía sentido y gran filosofía:
“Toma el llavero, abuelita
y enséñame tu ropero,
prometo estarme quieto
y no tocar lo que guardas tú.Toma el llavero abuelita
y enséñame tu ropero,
las cosas maravillosas
y tantas cosas que guardas tú”
A los ingenieros o arquitectos, no se a quienes y no se dónde pero se les ocurrió inventar la antítesis del ropero: “el closet”, anglosajonismo que supongo, pero no quiero saber todo lo que en verdad significa… y el ropero fue desapareciendo de las casas… se le mudó a un rincón contra la pared, cuando no al cuarto de tiliches, al patio o se le vendió como algo en desuso. Se dejaron de hacer los roperos, se les hace pero son frágiles con todo propósito. El “closet” sentó sus reales, que más o menos quiere decir “lugar donde se junta todo, se olvida todo, se llena de polvo todo, de humedad y se tapa con dos puertas corredizas para aparentar orden. “El closet” no inspira recuerdos, ni misterios, ni tranquilidad, inspira olvido, indiferencia y consumismo.
Lamento haber perdido el viejo ropero de la casa… lo perdía no sé cuándo, aun cuando en realidad lo perdió el tiempo, no lo perdí yo… perdimos todavía la risueña, modesta y antigua cultura del ropero. Nos salva el hecho espiritual de que cada una de nuestras almas es, en la práctica, un ropero de sueños y de acciones guardadas en conciencia, como era todo en un ropero… como el viejo ropero aquel… el que casi todos perdimos.
22 de septiembre de 1987.