El pasado 24 de noviembre del 2010, partió a la casa del Padre Eterno, Felipe Rodríguez. Todo un intelectual orgánico, quien estudió toda la carrera sacerdotal en el Seminario Arquidiocesano de Monterrey. Aun sin recibir el diáconado, fue aceptado en la parroquia de Santa Catarina en 1982 cuando era atendida por el padre Héctor Valenzuela.
Inmediatamente se integró al equipo formado por el padre Vale y el padre Juan Héctor Garza. Al poco tiempo recibió el diaconado y ya con el padre Miguel Alanís fue promovido al sacerdocio. Inmediatamente se dedicó a la promoción de las Comunidades Eclesiales de Base, a la Pastoral Social y al ejercicio de la docencia en instituciones como la preparatoria 19 de la UANL en Villa de García y en la Escuela de Trabajo Social Pablo Cervantes. Muchos de sus proyectos y escritos salieron publicados en el Porvenir y en otras revistas de la época. Especialmente sobresale un panorama histórico en donde nos presenta el contexto que le tocó vivir a Jesús Cristo, mismo que fue incorporado como apéndice al libro didáctico “La Palabra nos congrega” de los sacerdotes Carlos Junco y del ahora obispo Ruy Rendón Leal.
Tal vez su juventud la vivió en la parroquia, en donde prácticamente formó grupo con Manuel Aréchiga, Tomás Candía, Paco Vázquez y Gerardo Ovalle. Buen orador, brillante intelectual que supo conjuntar la función profética de anunciar y denunciar. En muchas ocasiones lo vimos criticar y llamar a las conciencias desde el púlpito. Por su clara disposición a los estudios, fue enviado en 1988 a Roma, Italia en donde ingresó a la Universidad Gregoriana, obteniendo una licenciatura en ciencias sociales y una maestría en sociología.
Tras cuatro años de estudios regresó a Monterrey, en donde decidió dedicarse a otras cosas. Entre ellas de la integrarse a la docencia en la Universidad de Monterrey y luego como responsable del área de comunicación de un instituto electoral. Luego incursionó en la radio estatal, con el cual mantuvo un programa que lo mismo formaba e informaba, anunciaba y denunciaba. Lamentablemente no medía las consecuencias por su valentía y osadía. En Voz Alta como se llamaba el noticiero matutino, estuvo al aire entre 1995 y el 2001 era un verdadero foro en donde se discutían y revisaban las políticas públicas.
También enfiló hacia el periodismo de opinión en el Norte en donde publicó semanalmente entre el 1998 y 2000, artículos orientados a la problemática social y reforzó su actividad docente en instituciones como la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, el departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política del Tec de Monterrey, la Facultad Libre de Derecho, la sede Monterrey de la Universidad Iberoamericana,la Universidad Regiomontana y en el Aula Juan XXIII. Para ello se preparó aun más: alcanzó una licenciatura en filosofía en la UNIVA de Guadalajara, una especialización en la FLACSO y una maestría en desarrollo humano por la UIA.
Solicitó la dispensa sacerdotal y fue felizmente casado con una santacatarinense y padre de una niña, incansable promotor de los estudios sociales y de la problemática que padecemos. También se distinguió como conferencista y consultor especializado en desarrollo humano en diversas empresas, instituciones educativas, medios de comunicación y diversas organizaciones.
Me faltó tiempo para tratarlo. De hecho siempre chocamos. Lo poco que platiqué con él fue cuando coincidimos como profesores en el Tec de Monterrey. Recuerdo que cuando lllegó a la parroquia siempre me decía burgués. Pero sobre todo, nuestras diferencias se fincaban en el concepto en torno a lo que es la verdadera liberación a los oprimidos. No obstante lo estimé y admiré. De ahí que lamente su partida física la Casa del Padre Eterno. Porque su obra y preocupación se quedan entre nosotros.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina