Para Edgar Tavares López, coordinador del programa Historia Oral de Barrios y Pueblos del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México en el año 2000, todos podemos relatar nuestras vivencias y hablar de los sitios que conocemos y de lo que atestiguamos en su transformación a través de los tiempos. En sí todos podemos ser cronistas. Porque el Cronista es todo aquel que se interese por el rescate de nuestro pasado inmediato, pues es urgente aceptar que la Crónica nos puede ayudar a generar la memoria histórica que nuestras ciudades y pueblos están perdiendo.
Y más en un mundo donde es de vital importancia releer los testimonios históricos, porque vivimos en una época proclive a la amnesia cultural, en la que constantemente caemos en el olvido frente a lo que se ha hecho en el pasado remoto y reciente. Y más en un ambiente en donde parece que a todos les importa menos lo que está pasando en nuestro alrededor.
Muchas de las veces, el que se ocupa de la Crónica, trabaja en forma espontánea y por gusto. Puede ser el profesor, el cura, el notario o el médico del pueblo, lo mismo que el peluquero, el barrendero o la señora de la tienda de la esquina. Una vez el Cronista de Santa Catarina Hidelbrando Garza Sepúlveda (q.e.p.d.) sostenía en una reunión del Consejo de la Crónica de Santa Catarina, que el Cronista es todo aquel que escribe la historia del pueblo.
Pero a veces, alguien quiere ser el Cronista del pueblo porque le gustan los reflectores y el protagonismo y no puede faltar en los eventos cívicos o culturales que se realicen. Y el peor pecado en el que pueden caer, es cuando a los Cronistas les da por el activismo partidista y se valen del cargo para ocupar uno de elección popular, aprovechando que son o se dicen ser los que más conocen la historia y la realidad del pueblo. Y lo peor del caso, es cuando se nombran cronistas que realizan su labor sin tener el arraigo y el cariño al terruño. Por eso, las palabras de Ignacio Trejo Fuentes, escritor, cronista urbano y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de la Ciudad de México, son sabias, cuando se refiere a que hay que tener cuidado de quien practica la crónica sin amar a la ciudad a los pueblos, pero eso sí, que cuentan con un nombramiento oficial de por medio.
Para Sergio González Rodríguez, el Cronista es un fiel testigo de los acontecimientos de la sociedad y de la cultura. Hacer Crónica es registrar los cambios en la identidad como conciencia del individuo, hablar de su capacidad para participar activamente en la vida cotidiana de la ciudad.
El objetivo del Cronista es propiciar una mayor convivencia frente a la ciudad y al pueblo o la ciudad en la cual nos movemos y existimos. Pues nosotros somos parte esencial del pueblo o de la ciudad, ya que son el reflejo de nuestra vida individual. Por eso el Cronista nos ayuda a darnos cuenta de que necesitamos tener con espacios más amables que respondan a nuestras necesidades de desarrollo y de identidad cultural.
Todo Cronista debe tener una formación básica, ya sea formal o autodidacta. Como ya habíamos escrito, puede ser un profesionista o una persona con la formación de la escuela de la vida. Los Cronistas proceden de las más distintas y variadas profesiones y actividades. Pero ciertamente que quien quiera ser Cronista, debe ser un lector recurrente de varios temas relacionados con la Teoría de la Cultura, de la Historia o de las Letras, para contar con una visión muy clara frente a lo que está reseñando. Debe ser consciente de ejercer responsablemente su papel, de que su trabajo va a ser confrontado con otras fuentes, por lo cual debe obedecer un respeto hacia sí mismo y los demás y hacia el objeto o sujeto de sus crónicas. La labor del Cronista se debe hacer con rigor y honestidad académica.
Pero el Cronista debe evitar ser el protagonista de sus crónicas y tiene que encontrar su propio lugar y los límites de su trabajo. Debe ser lo más objetivo que pueda. De igual forma debe evitar caer en la tentación de ser un sabelotodo al cual va y se le pregunta de todo. Pues no es un profeta ni redime y no establece un control sobre lo que está sucediendo, simplemente debe ser un acucioso investigador que se aproxima a los hechos. Su Crónica no es más que un fragmento de posibilidades entre muchas otras visiones confrontables de la realidad en la que vive.
A decir del profesor Celso Garza Guajardo (q.e.p.d.) “El título de cronista no se faculta por ninguna universidad ni se firma por ninguna autoridad, tan solo tiene el sello inalterable del reconocimiento popular, cívico y humanista”. En cambio, para don José P. Saldaña, quien era el Cronista de Monterrey, el Cronista se encuentra en una situación comprometida con la sociedad y consigo mismo. Además de que las medidas y objetivos de un Cronista deben circunscribirse a los acontecimientos y hechos que por sus características merezcan ser comentados y de todo aquello que en alguna forma ha de proyectarse en lo futuro.
Por ello, el Cronista debe ser una persona capaz de dejar testimonio para las nuevas generaciones, despertar el interés en las mismas y proteger la memoria para que no se caiga en el olvido colectivo. Especialmente para mantener vivos los vínculos con el pasado.
La raíz de la Crónica está en el amor que se tenga por y para el pueblo. Así como se dice que de la vista nace el amor y que nadie ama lo que no conoce, sin amor al lugar en el que nacimos o vivimos, no podemos ser Cronistas. Pero, ¿hablamos del amor a nuestros pueblos, que es lo que nos hace llevar las crónicas municipales? Decía Santo Tomás de Aquino que no se puede amar a algo que no se conoce. De igual forma, Baba Dioum, ecologista senegalés, sentenció una vez: “Conservamos lo que amamos, amamos lo que entendemos y entendemos lo que aprendemos”.
Según Ángeles González Gamio, la cualidad fundamental que caracteriza a un Cronista es el amor a su ciudad o aquel sitio del cual realiza sus crónicas, pues del amor siempre viene una preocupación por hacer las cosas mejor.
La Crónica nace por una inquietud por analizar la evolución de la realidad en la que vivo. Porque se dice que la Crónica se hace a partir de los requerimientos del presente y por el gusto de escudriñar en su entorno: el contacto con la gente, sus costumbres, sus tradiciones.