Por considerar importantes algunos pasajes de la vida del Centauro del Norte, me permito transcribir lo que la Señora. Luz Corral Vda. De Villa cuenta en sus magníficas memorias de su libro “Pancho Villa en la Intimidad”.
“Sola; en esta casa construida por mi marido hace veinte años, mi vida se va deslizando en medio de mis recuerdos. Sola muy sola el alma, suele rodearse de otras almas amigas que vienen a hacerme partícipe de sus tristezas y de sus alegrías.
En este mismo sitio del corredor, donde puedo ver mi jardín que recorta un pedazo de cielo azul, quieto, brillante, he leído mucho acerca de Pancho Villa: algunas cosas ciertas, mentiras las más hasta que yo también he decidido escribir algo sobre Pancho Villa, para presentarlo al lector tal y como yo lo conocí.
Luego reconstruyo aquel momento, en que la tranquilidad del pueblo se sintió turbada, sin precisar la causa, sin que nadie pudiera decir que acontecimientos se aproximaban. Los ancianos se tornaban pensativos; los mozos arreglaban sus armas en el seno del hogar; se preocupaban como los árabes del desierto por preparar sus caballos, para lanzarse a una aventura desconocida, pero inevitable.
La alarma corre por el pueblo; en la cara de los moradores se pinta el azoro y el pavor. Llegó a nuestra tienda Don Santos G. Estrada, Presidente del Club Antirreeleccionista en San Andrés, para pedir a mi madre un préstamo voluntario en efectivo; mi madre protesta; la vida, el bien lo sabe, ha sido cruel para nosotros; nada vale, Don Santos se aleja pero volverá más tarde. Mi madre se queda con su pena; ¿qué va a hacer? ¿a quién podrá recurrir? Llegaron en aquel momento dos desconocidos; contábales ella su cuita; pocos momentos antes había llegado a una fragua, situada frente a nuestra casa, un hombre, sombrero charro, armado de rifle, pistola y cartucheras terciadas y algunos que le hacían compañía.
Veía yo al grupo desde la puerta de la tienda; ví que se desprendía uno de ellos, que se encaminaba hasta nuestra casa, que desmontaba y entraba saludando cariñosamente a mi madre. Era el tío Chavarría. Mi madre le platicó el apuro del préstamo solicitado y el recién llegado le dijo: “No te apures; habla con el jefe nuestro, es aquel que está allí enfrente herrando el caballo”. ¿Y quién es tu jefe?, — le interrogó mi madre—“Francisco Villa”. Entonces fue el pánico y sobresalto de mi pobre madre, al recordar por haber leído en los periódicos, que el citado había dado muerte en las goteras de Chihuahua, en las afueras de un establecimiento mercantil, denominado “Las Quince Letras”, a Claro Reza, y hacía pocos días también, había hecho correr igual suerte a mi propio tío Pedro Domínguez. Mi madre refería esto al tío Chavarría, quien le contestó: “Mira Trini, ¿qué sabes tú? Esos tales murieron por traidores, sabes! El Jefe, quitándolos de en medio, cumplió con su deber” El tío Chavarría habló al jefe Villa, como ellos le llamaban y a los pocos momentos llegó este, quien fue presentado a mi madre. Oí que ella le dijo: “Señor, yo soy una pobre viuda, que lucho a brazo partido para mantener a mis hijos, como puede decirlo todo el pueblo que me conoce y muchos de los que a usted acompañan; pero estoy dispuesta a ayudarlos hasta donde me sea posible”. El Jefe Villa, repuso: “Está bueno, deles a cada uno de mis muchachos café y azúcar y un poco de harina. En cuanto a ropa no nos hace falta; quien sabe a cuantos nos toque enfriar balas y con lo que traemos, no estamos tan mal, para presentarnos al enemigo”.
El diálogo anterior lo oí desde la trastienda, sin perder palabra, mientras hacía una labor de gancho, con la vista fija en la costura y atento el oído a lo que se decía. De improviso me dí cuenta, sorprendiéndome, de que Francisco Villa, estaba atento viéndome por una hendedura de la puerta; mi sorpresa fue mayor, cuando oí que mi madre me llamaba para que le ayudara a despachar mercancía que se entregaba a los revolucionarios. Esto me lleno de asombro porque nunca acostumbraba hacerlo; por mi parte, todavía siento que tuve miedo, a tal grado, que de todas veras lamenté, que los rurales no hubieran estado allí para impedir la entrada de los revolucionarios. Estaba tan asustada que mi mano temblaba, impidiéndome guiar el lápiz con que iba apuntando las mercancías que mi madre entregaba a cada uno de ellos.
El Jefe Villa, dirigiéndose a mí, me decía: “¿Tiene miedo muchachita? No temblaba su mano al estar tejiendo, como tiembla ahora con ese lápiz”. Mi madre contestó por mí: “Es que ha de estar asustada, es la primera vez que la llamo para que me ayude y tal vez crea, que si no lo hace bien, voy a regañarla”. Acabé de hacer la lista de las mercancías entregadas en calidad de préstamo y el “Jefe Villa” leyó el recibo que le presenté, con la inscripción que el mismo había dictado: “Por la Patria. Sufragio Efectivo; no reelección”. Tomó la pluma y al calce escribió lentamente: Francisco Villa. Despidiéndose montó su caballo y seguido de sus hombres, caminó rumbo a la estación.
Me parece muy oportuno hacer una aclaración aquí. Todos han dicho que Villa no sabía leer ni escribir, antes que estuviera prisionero en México, donde un amigo suyo lo enseñó a poner su nombre. Solemne mentira, pues a mi me consta que sabía leer y escribir, cuando yo lo conocí.
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza
Cronista de la ciudad, Miembro de la AESH.
Fuente: Pancho Villa en la Intimidad, Luz Corral de Villa