Mayo era como un viernes en 31 días… el día más bonito de la semana, el mes más agradable del año. En mayo eran los desfiles del Día del Trabajo y de la Batalla de Puebla, los actos del Día de la Madre y del Día del Maestro… y luego, al asomarse junio, el principio de fin de cursos escolares… entonces de la alegría se pasaba a la nostalgia y del bullicio al silencio.
Mayo, en el viejo pueblo era un mes particularmente bonito, si bonito se le puede llamar a un mes; desfiles cívicos y fervor patrio. Kermeses en la plaza, serenatas, festivales y asambleas… la exaltación moral del trabajo, el orgullo nacional, la veneración a la madre y el respeto a los maestros… la proximidad de las vacaciones ambientaba al natural el gozo en los días y en las noches de ese mes… por eso mayo era como un viernes completo en la mentalidad aldeana.
El 1º de Mayo el desfile que por más de 60 años se ha realizado en el pueblo, ardor en los discursos y tribuna libre popular. El 5 de Mayo, el desfile patriótico y las arengas cívicas, uniformes azul y blanco, guinda y amarillo, aquella magnífica Banda de Guerra de la Escuela Secundaria “Antonio Solís”. La plaza principal bamboleándose de paseantes, los muchachos por un lado, las muchachas por otro, todos todos en redondel.
En las escuelas, los preparativos de festividades artísticas para el 10 de Mayo, ensayos de bailables, declamaciones, canciones y actuaciones. En el Cine Baldazo, el festival de la Escuela “Manuel M. García”, con un largo programa musical de 35 números artísticos en la épocas aquellas de los profesores Francisco J. Montemayor, Santos Noé Rodríguez y Abiel Mascareñas… en las noches del 9 de mayo, serenatas de niños y de jóvenes cantando por todas las calles… luego en la secundaria un pequeño grupo de adolescentes en el período de cuando la voz enronquece, se ponen de acuerdo para ir a dar serenatas:
– Órale, ¿quién canta?
Era la pregunta de uno, de uno en uno y de todos a la vez.
– Tú– no, no… –entonces, ¿tú?
– tú y yo haciendo dúo
– no, tampoco…
La condición, finalmente, fue el carácter técnico: un tocadiscos portátil, un disco y una larga extensión… así casa tras casa, el tocadiscos en brazos, una sigilosamente enchufada tras la puerta y luego Pedro Infante empieza a cantar… “en la fresca y perfumada mañanita de tu santo, recibe mi bien amada la dulzura de mi canto…”.
El día 15, Día del Maestro, me emocionaban los actos de reconocimiento del Alcalde en el Ojo de Agua; pero sobre todo, las discusiones que al final armaban entre los distintos grupos… pero de manera especial guardo como un grato recuerdo aquellas comidas que los humildes carteros ofrecían a los maestros por estar pletóricas de afecto y humildad.
Entre el 17 y el 26 de mayo eran los exámenes profesionales de aquellos normalistas de dieciocho años: 6 de la tarde, clase práctica, tema de momento y tesis. Y por la noche, una modesta cena en el Café Plaza.
Por la noches de mayo, gustábamos de recorrer contornos del pueblo, caminando hacia las calles polvorientas, como guiados por la luna y alcanzando nuestras propias sombras… a veces hasta la escuelita federal… a veces hasta La Cagarruta, pasando por la plaza nueva, siempre entonando canciones.
De la arena nace el agua
Y del agua los pescados
y de las muchachas bonitas
nacen los enamorados.
Luego, los perros nos perseguían porque alguien nos los cuchiliaba.
En las noches de mayo, la bóveda del cielo de Sabinas se ponía más inmensa que nunca… miles y miles de estrellas a la vista… en el patio recién regado de la casa, un catre; cerca un mezquite donde las gallinas se trepaban; un gallo bíblicamente cantando y la radio encendida en la estación de música romántica y los ojos puestos en el infinito y en la esperanza…
Así era el mes de mayo del pueblo, todo un viernes de 31 días.
8 de mayo de 1987.