El lunes era día feo, a nadie le gustaba volver a la escuela… al menos a mí, por costumbre no me gustaba… el lunes era el día en que por lo común, la tarea escolar no se llevaba lista… la tarea que el maestro había recomendado repetidas veces hacer desde el viernes por la tarde… sábado y domingo eran solamente para jugar, correr por la calles y el domingo por las tardes ir al cine. Así, entonces, el lunes aparecía como un cortón a todo el dulce encanto a los tres días anteriores.
El lunes era día feo, a nadie le gustaba volver a la escuela… al menos a mí, por costumbre no me gustaba… el lunes era el día en que por lo común, la tarea escolar no se llevaba lista… la tarea que el maestro había recomendado repetidas veces hacer desde el viernes por la tarde… sábado y domingo eran solamente para jugar, correr por la calles y el domingo por las tardes ir al cine. Así, entonces, el lunes aparecía como un cortón a todo el dulce encanto a los tres días anteriores.
El lunes sabía a nada, a veces hasta el maestro iba diferente, serio o reseco… era un día en que todo volvía a empezar… había que preguntar las cosas en la escuela; pero había algo que instantáneamente te ubicaba en el hecho que era lunes y que todo en la escuela volvía a empezar de nuevo con el mismo entusiasmo: era la asamblea de toda la escuela frente al Asta–Bandera, para hacer los saludos a la enseña Patria y cantar el Himno Nacional.
Las asambleas en la Escuela ”Manuel M. García” el día lunes, era la congregación de todos los grupos a las ocho de la mañana frente al monumento al fundador de los dos colegios… cada grupo de alumnos se formaba inicialmente frente a su respectivo salón de clases y luego se marchaba hacía el patio abierto que estaba en medio de los dos edificios… la majestuosidad de las dos escuelas, la blancura del monumento y el sol iluminando la escena, formaban un cuadro de perdurable memoria.
Los grupos de las niñas se encaminaban muy ordenadamente, conducidos por sus maestras, pero los grupos de los niños parecíamos rebañitos saliendo del corral.
El recordado profesor Panchito seguido nos regañaba, ya sea con un silbatazo que nos ponía a temblar o con un coscorrón del que aún perdura el eco. En total, ahí cada lunes se formaban 25 grupos, en posición de firmes y en silencio para iniciar la Asamblea Escolar, la cual consistía comúnmente en la llegada de la escolta con la Bandera Tricolor, la entonaciones del Himno Nacional, el saludo a la Bandera y las palabras del Director, algún maestro o alumno, según fuese el tema cívico de la semana.
Durante seis años, las asambleas de los lunes fueron la simiente para adquirir la conciencia y el orgullo de tener como propias la Bandera y Himno Nacional. Eso fue parte del catecismo de moral patria. La Bandera era para nosotros historia, orgullo y tradición, el símbolo de todo lo que éramos, en pasado, en presente y en futuro. La representaba la grandeza de una cultura indígena entrelazada al mestizaje de la colonia, la lucha de la Independencia, de la Reforma y la Revolución. La Bandera era el amparo de la Patria, la heroicidad de sus hijos en el pasado. La Bandera era pasión y canto, arraigo y sentimiento. La Bandera era definición y satisfacción de poder respetarla y entregar la vida si era necesario; todo eso viene siendo la inculcación en las asambleas de los lunes en el patio de aquellas dos grandes escuelas del pueblo. A esa sencillez de valores contribuyó también algo que tenía forma de santificación y que viene siendo, por muchos años, las estampas de los almanaques o cromos del símbolo patrio de la Bandera. Las figuras más comunes de los cromos eran: La Bandera Nacional al viento y el cielo claro; El castillo de Chapultepec; El Niño Héroe y la Bandera; el soldado y la bandera; la china poblana portando la Enseña Tricolor; el gran cromo de “La Imperial” con la Bandera y los retratos de los presidentes de México.
Esos almanaques o cromos estaban en la casa, en los tendajos, en la peluquería y en el salón de clases, junto al pizarrón. Eran cromos codiciados y orgullo de un niño era a veces conseguir unos de ellos para regalarlo al salón de clases.
Los cantos y poesías a la bandera formaban parte de las clases de declamación, donde los maestros que tenían esa aptitud hacían gala del arte declamatorio. Los niños se lucían. En una de esas asambleas recuerdo la bella presentación de una niña vestida de blanco y con sus trenzas, declamando la poesía de Juan de Dios Peza. “La Bandera”, cuyo texto era memorizado, pero sobre todo gozado en sentimientos:
La Bandera
Al grave redoblar de los tambores,
Marcando el paso con marcial donaire,
La tropa marcha, desplegando al aire
La Enseña Nacional, de tres colores.
–Mira, madre– prorrumpe un repazuelo
Que ciñe diez abriles por guirnalda:
–Una perla, un rubí y una esmeralda…
¡Qué engaste más hermoso bajo el cielo!
–¡Calla, niño, no sabes lo que dices!
El verde, el blanco, el rojo se han unido,
para escudar la tierra en que has nacido,
Donde libres y en paz, somo felices.
El verde es el laurel de la victoria;
El blanco, del honor limpia azucena,
Y el rojo es ¡ay! la sangre que en la arena
Regó el martirio y consagró la gloria.
¡Es la bandera! ¡Mírala! Confío
En que al seguir su inmaculada huella,
Sabrás luchar y sucumbir por ella:
¡Todo el corazón dale, hijo mío!
Hoy los almanaques, los cromos de poesía y muchos de esos recuerdos a los símbolos patrios pueden estar empolvados, mas afortunadamente, generación tras generación de la gran masa de niños en edad preescolar y escolar, siguen recibiendo esa cátedra de moral patria en los jardines de niños y en las escuelas primarias. Es un sentimiento que se renueva invariablemente. Hoy sentimos orgullo por esos recuerdos de la infancia., Repasamos las explicaciones que los maestros nos daban del texto de la estrofas del Himno Nacional, sobre todo en los referente a la Bandera.
Así, las asambleas de los lunes en la vieja escuela primaria fueron para nosotros el verdadero “Día de la bandera”; no tanto el 24 de Febrero, al cual no le encontramos significado, era un día dentro de las fechas de la Independencia Nacional pero para nosotros la Bandera era todo el sentimiento, el orgullo y la mística del símbolo de la mexicanidad.
Aun de que el lunes era un día que no nos sabía a nada, al iniciar la asamblea todos nos sentíamos ya de nuevo en la escuela dispuestos a empezar con esa cátedra de moral.