Para entender el proceso independentista de México, es necesario hacer una revisión de los casi 300 años en que vivimos bajo el imperio español. Este se divide en dos etapas una que va desde 1525 a 1700 y otra que abarca de 1700 a 1821. En la primera etapa España estaba regida por la famosa dinastía española de los Habsburgos y que tiene su origen en el matrimonio formado por Juana de Castilla (La Loca), hija de Fernando de Navarra y de Isabel la Católica, con Felipe el Hermoso, hijo del Emperador Maximiliano I de Alemania. Entre ambos procrearon a Carlos V, al que sucedieron Felipe II (1555-1598), Felipe III, Felipe IV y Carlos II (1665-1700).
Al quedar sin descendencia la casa de los Habsburgos en España, las casas reinantes de Europa pelearon entre sí para ubicar a uno de sus dinastías. Fue la casa reinante de Francia, la de los Borbones, quienes ubicaron a uno de ellos en España: Felipe IV, Duque de Anjou, que reinó en España entre 1700 y 1746. Le siguió Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788), quien por cierto se opuso a los latifundios, a la promoción de la industria en los virreinatos, al establecimiento de intendencias tal y como las tenía Francia y España, pero mantuvo un excesivo control y centralización del poder, apoyó a la masonería en contra de la Iglesia y se declaraba un fanático del liberalismo francés. Le siguieron Carlos IV y Fernando VII, quienes fueron encarcelados durante la invasión napoleónica a España en 1808. A fines del siglo XVIII, el conde de Aranda, propuso a Carlos III que se deshiciera pacíficamente de sus posesiones en América y que solo se quedara con Cuba y Puerto Rico. Alertó de la grandeza y peligro de las trece colonias al mundo católico e hispano del continente, pues podían servir de ejemplo a los virreinatos y capitanías generales.
A fines del siglo XVIII, los virreinatos mantenían un crecimiento económico sostenido, con fuerte influencia criolla en los gobiernos locales, quienes sostenían al oneroso absolutismo español, que daba un trato infantil a las colonias. Pero había mala distribución de la riqueza, las clases ilustradas tenían simpatía por las ideas de la revolución francesa y norteamericana y de sus postulados liberales. Apenas comerciaban con Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, continuamente había rebeliones de las castas. En todo ese contexto surgió en el virreinato del Perú, la idea de hacer un nuevo país con todas las colonias, bajo el dominio de un emperador Inca apoyado por dos cámaras, intromisión de la masonería y de los afanes independentistas de Francisco de Miranda y Simón Bolívar.
Hacia 1787 el Virreinato de la Nueva España se dividió en intendencias, mismas que van a perdurar hasta 1821: Arizpe, (Sonora), Durango, San Luis Potosí, Zacatecas, Guadalajara, Guanajuato, Valladolid, México, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Mérida, Chiapas, Guatemala, San Salvador y León. No se incluyeron Nuevo México, California, Coahuila y Texas. En cambio, el Nuevo Santander, actual Tamaulipas y el Nuevo Reino de León fueron adjudicadas a San Luis Potosí. Todo el norte fue dividido en Provincias Internas cuya sede quedó en Arizpe, Sonora. Los estados del noreste se quejaron por la lejanía, por lo que se dividió en dos todo el septentrión: Provincias Internas de Occidente y las de Oriente. Monterrey quedó como capital de ésta última.
Este sistema propició la colonización hacia el norte que continuamente estuvo expuesta a la rebelión de los indios llamados bárbaros. Aun se dependía de la explotación minera, que llegó en 1800 a producir el 66% del total mundial. Las autoridades virreinales redujeron a Acapulco y a Veracruz como únicos puertos habilitados, la concentración y abuso de la burocracia, una incipiente industrialización del algodón y la caña y la zona conocida como “El Bajío” se convirtió en el granero de la Nueva España. Lugar donde precisamente surgieron los primeros brotes insurgentes.
La Nueva España gozaba de cierta prosperidad económica. No obstante, existía incongruencia entre el crecimiento económico con el desarrollo social y político. Los criollos solicitaban centros comerciales y puertos de comercio libre. Entre españoles y criollos se controlaba el comercio y provocaba dependencia de las provincias con la Nueva España. Los españoles ocupaban los principales puestos burocráticos y eclesiásticos. La iglesia controlaba la mayoría del sistema productivo a través de propiedades rurales y urbanas, percepción onerosa de impuestos y de diezmos y actividades pías. Por lo que en 1804 enajenaron todos los capitales de capellanías y obras pías. Mientras que el sector industrial (textiles, vinos, licores y seda) se hallaba agravado, endeudado y estancado. Como ya se había señalado, existía una fuerte dependencia entre la capital y las provincias.
En la pirámide social sobresalían los peninsulares y los criollos. Ellos continuamente mantenían una pugna por el acoplamiento de la estructura política y legislativa con la situación económica y social existente. Entre los criollos se hallaban los letrados de las clases medias que enarbolaron los conceptos de raza y nacionalidad para encubrir los problemas económicos. Los cargos que no querían los peninsulares tanto en la iglesia como en la administración pública, se las pasaban a los criollos que evitaban las actividades manuales influenciados por las ideas de la ilustración, relegando a las castas e indios a una pobreza extrema. El número de léperos, plebeyos y nacos que deambulaban en la ciudad de México, era alto y constituían una amenaza a la seguridad pública. Hasta el mismo Humboldt se sobresaltó por la enorme desigualdad económica y social que vivía un país que tenía todo para ser el más rico del orbe.
A principios del siglo XIX se dio una ofensiva criolla al pasado colonial representado en las etnias y en el poder de la iglesia, a la exaltación del pasado prehispánico, al mito de la conquista, al odio a los gachupines, a la dualidad Quetzálcoatl- Guadalupana, a la grandeza de Anáhuac, al concepto de cristianización primitiva basada en la filosofía escolástica. Veían como se cerraba el círculo Cortés, Alvarado y Calleja. Y se valoraba a Cuauhtémoc y Moctezuma. Paradójicamente quienes eran blancos se sentían herederos de aquel imperio tenochca. Los criollos reaccionaron contra las élites, sus privilegios y sus instituciones. Para ello, promueven una alianza con las etnias y con los indios. Se sienten con capacidad de gobernarse a sí mismos, deciden romper con el viejo régimen, pero se quedan con sus instituciones, el castellano, el pensamiento cristiano y otras herencias culturales de la vieja España.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina