Cuando La conocimos, su vida era ya un recuerdo para varias generaciones por su constancia de trabajo, su entusiasmo educativo y social, su gran belleza espiritual y personal…
Cuando La conocimos, su vida era ya un recuerdo para varias generaciones por su constancia de trabajo, su entusiasmo educativo y social, su gran belleza espiritual y personal. Cuando le conocí era un radiante maestra titulada. De reconocida participación en la Escuela Secundaria y animosa fundadora de la Escuela Normal “Pablo Livas”… corría el año de 1955 y aquella maestra caminaba por las mañanas, a medio día y por las tardes, ida y vuelta a sus labores por la calle Porfirio Díaz… bajo el paraguas su saludo conjugaba seriedad y amabilidad a la vez… de tanto verla pasar le conocí y me decía “¡Será me maestra en secundaria!”.
En septiembre ya era yo su alumno… bastaron unas cuantas clases de Español para ser su alumno por siempre… reconozco que fui pésimo para aprender y aplicar las reglas del Español, pues escribía en jeroglíficos y pagaba por no hablar; mas sin embargo, la bondad de la maestra fortaleció lo que en esa clase había que fortalecer, o sea la querencia y el respeto por el idioma Español… hoy reconozco que para mí eso fue fundamental pues pese a que continué escribiendo horrorosamente y me expreso casi de igual forma, no he cejado nunca en tratar de ser un buen aprendiz en el escribir y en el decir, así como también en valorar el hecho de que: Conociendo el saber de las palabras del Español, se pueden tocar todas las puertas del conocimiento.
En verdad esa querencia por la grandeza de nuestro idioma arraigó en esas primeras clases de secundaria… no por lo que repasaba, sino por cómo lo explicaba; no por lo que corregía, sino por cómo lo insistía; no por los textos de cientos de páginas, sino por el cariño de leer una cuantas líneas… la semilla se empezó a sembrar, aun de que la maestra a las pocas semanas cambió sus actividades a la Escuela Normal… pasaron tres años para que las lecciones continuaran en los nuevos estudios magisteriales… allá en la Normal continuaron las enseñanzas del buen decir y ahora también del buen enseñar. Las clases de Español Superior, de Didáctica General y de Técnicas del Aprendizaje, más otras en los siguientes años, conjugaron una serie de experiencias culturales que humanizaron nuestro existir, no por el número de páginas leídas, sino por los valores de la vida que se acabaron de fortalecer con ese tiempo… con la maestra aprendimos, por ejemplo, a respetar. Ella fervorosa católica y nosotros que nos decíamos libres pensadores, adolescentes, revolucionarios, nos ordenó voluntariamente para ser cooperadores en todo el primer llamado… la maestra, increíblemente, nos hacía declamar, cantar, bailar y actuar en teatro una y muchas veces. ¡Eso ahora ni yo mismo me lo creo!.
La maestra nos afianzó los buenos hábitos familiares de saludar siempre, obedecer a los mayores, padres y maestros, ser corteses con todos, compartir la felicidad y los dolores de otros, amar la limpieza, el bien y la dignidad de la vida y de la naturaleza…
Quizás alguien se pueda preguntar ¿qué tiene que ver todo eso con las materias de enseñanza? Poco o mucho, no es el caso corroborarlo, pero lo que sí puedo afirmar es que tenía y tiene que ver mucho con el tratar de llegar a ser buenos maestros, buenos ciudadanos y buenos mexicanos. Esas clases fueron para mí una enciclopedia de bondadosos capítulos, sin exámenes, sin calificaciones, sencillamente vivir siempre con ellos.
La maestra se ha jubilado, sorteó una larga vida académica con todo la dignidad y reconocimiento del pueblo… ahora está en la escuela de su hogar en verdad hacia allá quisiera imaginariamente volver a tomar la clase para repasar en amena charla los recuerdos de todo lo aprendido…
Mis recuerdos para la buena maestra María Elva Solís Guzmán de Pérez, en este septiembre y siempre…