Una mezcla de sorpresa e indignación causó en los lectores la publicación de una fotografía del líder petrolero, Carlos Romero Deschamps, la cual le fue tomada a su regreso de Las Vegas, a donde viajó aprovechando el puente del Día del Trabajo, y en la cual resaltaba el lujoso reloj que portaba, cuyo valor, según la nota, sobrepasaba los cuarenta mil dólares.
Pero, como alguien dijo por ahí, lo sorprendente es que todavía haya quien se sorprenda por algo así, pues en realidad es común ver o enterarnos del lujo que rodea a algunos personajes que encabezan gremios de trabajadores que, en su inmensa mayoría, ni en sueños podrían adquirir las joyas, los autos o las residencias que adquieren y poseen sus líderes.
En este sentido, Romero Deschamps es sólo una muestra del magnate sindical, de los que existen decenas en el país, siendo difícil imaginar o creer que hayan acumulado tanta riqueza atenidos sólo a su salario, por muy generoso que éste sea o haya sido.
Al respecto cabe recordar lo que hace poco dijo el cardenal Juan Sandoval Iñiguez, refiriéndose a los muy muy ricos, pues claramente dejó entrever que es imposible acumular grandes fortunas trabajando honestamente. Y algo debe saber este jerarca católico que se mueve como pez en el agua entre los políticos y los hombres y empresarios más ricos de México.
Y volviendo con los líderes sindicales, desgraciadamente desde el mismísimo Gobierno los protegen y les dan alas en proporción directa a los servicios que prestan o pueden prestar, particularmente en época de elecciones o cuando se discuten los incrementos salariales.