Uno de los campos profesionales en los que las mujeres más han avanzado y han logrado importantes metas es la educación.
La mayoría de los trabajadores de la educación en nuestro país son mujeres superando en número a los varones por un amplio porcentaje. Si bien en la antigüedad y en los principio de la educación formal, la mayoría de los encargados de impartirla fueron varones, poco a poco las mujeres adoptaron esa noble profesión del magisterio y fueron escalando en los niveles de responsabilidad más altos.
Hoy en día en nuestras escuelas las compañeras maestras desarrollan sus conocimientos didácticos y aplican sus estrategias lo mismo en los niveles de preescolar como en los más altos niveles de postgrado, jugando muchas veces un doble e importante papel: el de maestras y madres.
No es extraño escuchar entre nuestras compañeras comentarios acerca de lo mucho que se les da a los alumnos en forma de alegría, dinamismo, tiempo, y energía, aun a costa de “quitarle” algo a los propios hijos.
Las maestras también tienen que atender una casa, también cocinan, también solucionan conflictos entre hermanos; las maestras también son esposas, también comparten los problemas económicos con sus parejas, y principalmente las maestras también tienen hijos que juegan, estudian, ríen, enferman y que también necesitan cariño y atención especiales.
Como sociedad somos muy apegados a las celebraciones y aunque en nuestro país el festejo del día de las madres ha tomado un auge más comercial que simbólico me gustaría hacer en este día un pequeño reconocimiento a aquellas madres que se encuentran todos los días en las aulas. A aquellas madres que además de sus hijos de sangre también disfrutan la dicha de tener muchos hijos en las aulas. A aquellas madres que dejan a sus hijos enfermos en casa para atender las necesidades educativas de los hijos de muchas otras mujeres, sin buscar más que cumplir con un deber, una vocación y una labor de amor.
Quiero hacer un reconocimiento a aquellas maestras que son madres y que han sabido ganarse el amor de sus alumnos. A aquellas maestras que disfrutan los logros de sus alumnos como los de sus propios hijos. A aquellas maestras que son tan generosas que su atención y afecto lo reparten no entre dos o entre tres, sino entre treinta, cuarenta o más corazoncitos que les corresponden solo con una tierna mirada.
Y principalmente un amplio reconocimiento a aquellas maestras que aun sin tener la dicha de haber dado a luz, sin tener la fortuna de haber cargado a un hijo propio, tienen la gracia de poseer muchísimos hijos, ya que han consagrado su vida entera a la labor docente y a darle a esos alumnos todo el cariño de un verdadero corazón de madre.
Hagamos memoria y recordemos a aquellas mujeres que a lo largo de nuestra formación en las aulas han sido para nosotros más que maestras una segunda madre.
¡Felicidades a todas mis maestras!