A mí, la plaza me supo siempre a limonada…
A frescura de hielo y de sombra bajo los árboles. A veces también me supo a nieves de vainilla y fresa.
Pero sobre todo, añoro aquellas pláticas tomando una limonada en alguno de los puestos expendedores que estaban arriba de la plaza enfrente de la calle Porfirio Díaz y de la calle Hidalgo, atendidos por Don Francisco, Don Manuel o Don Juan. Por otros más, pero esos son de los que yo me acuerdo y conocí.
En la plaza estaban los puestos, no se desde cuándo, pero ahí estuvieron hasta 1961 en que los echó fuera Don Antonio González, el famoso “Ciclón” que todo lo barría y del que sólo quedan los ecos de sus recuerdos.
Aquellos puestos eran limpios, formaban parte de la plaza, creo que hasta la adornaban. Adornaban aquella plaza de aquellas gentes de antes, no se si ahora la puedan adornar, no se si ahora a la nueva gente le pueda parecer. Pero aquellos puestos eran bonitos, por la mañana y por la tarde le daban a su vez bullicio y remanso a la plaza, era el lugar de las reuniones y de los comentarios.
Por las noches, sobre todo los sábados y domingos, se transformaban en centro de estudios y reuniones amorosas.
El sabor sabía siempre a limonada.
Las limonadas en los puestos de la plaza eran el atractivo para refrescar la vida, para platicar entre amigos, para afianzar el sí amoroso o para meditar.
Los puestos fueron parte de la vida de aquella plaza de los 50s. Vida que parece hoy no tener, que parece hoy intentar buscar, pero que aun no se encuentra.
Desaparecieron los puestos, el viejo quiosco de ladrillos y de madera y desaparecieron también las limonadas. Los puestos han reaparecido en torno a la plaza y un nuevo quiosco se ha instalado, pero parece ser que las limonadas hechas una tras otra, artesanalmente, con agua, limón, azúcar y pedazos de hielo, batido a dos vasos, a dos manos, como bailando merecumbé, aquellas limonadas, parece que no quieren volver.
¡Frescas las limonadas! Sudorosos y espesos los vasos, se fueron sin querer volver.
Las vueltas a la plaza y las pláticas con los amigos tenían en las limonadas de los puestos, el momento especial del diálogo y del afecto. Eran el aroma y el sabor de esos días. Lo mismo de una pareja, de un grupo de amigos o de un solitario paseante.
Algún día, cuando retornemos a la sencillez y busquemos el descanso después del trabajo, cuando encontremos la propia identidad, que cambiemos lo superfluo por los años 60s y 70s, algún día, quizás, alguien recupere la fórmula mágica de aquellas limonadas y las vuelva a hacer… pero sobre todo, que en ese día también recuperemos el mágico encuentro, de pasear en la plaza llenando el alma de tranquilidad y de buenos pensamientos.
16 de agosto de 1985.