Nunca supe dónde vivía, de lo que siempre estuve seguro es que aparecía cuando menos lo esperaba.
En aquel tiempo en que con un pequeño recipiente de peltre al que llamábamos “el traste” íbamos a la carnicería y tienda de Don Teófilo Gutiérrez a comprar manteca de puerco, aquellas manteca recién salida del cazo de los chicharrones; apresurábamos el paso, queríamos llegar pronto a la casa para “embarrar” un poco de manteca de puerco en una tortilla de maíz recién salida del comal.
Y la pregunta de mi madre, ¿te lo volviste a encontrar? Y yo le decía, sí, allí andaba caminando, puesto que esa era su zona de influencia, el cruzamiento de las calles Bravo y Juárez, allí donde Don Teófilo tenía su tienda.
Era un muchacho pequeño de estatura, algo pasado de peso, su piel muy blanca, no le hacía mal a nadie; lo único que le faltaba era hablar, sin embargo era un muchahco atento que a pesar de su falta de voz, sus gesticulaciones eran tales que se comunicaba con todos los del barrio, lo recuerdo y tal vez usted también, se llamaba Corando.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.