Hace muchos, pero muchos años, cuando el hombre aún no habitaba la tierra y el mundo era controlado por los animales silvestres, en un bosque frondoso vivía una comunidad de criaturas que convivían muy felices y en armonía. Conejos, mapaches, tortugas, ranas y demás animalitos, todas las noches de luna llena se reunían para cantar y bailar alrededor de una gran fogata.
Hace muchos, pero muchos años, cuando el hombre aún no habitaba la tierra y el mundo era controlado por los animales silvestres, en un bosque frondoso vivía una comunidad de criaturas que convivían muy felices y en armonía. Conejos, mapaches, tortugas, ranas y demás animalitos, todas las noches de luna llena se reunían para cantar y bailar alrededor de una gran fogata.
Una noche de fiesta, los animales del bosque bailaban y cantaban, los pájaros volaban alrededor de la fogata y silbaban su mejor canción. En plena fiesta llegó el oso negro, de nombre Per, para participar en la gran fiesta, se acercó a la multitud y se sentó en un tronco para ver el baile, pero tan pronto se acomodó, se escuchó un chillido tan fuerte que los animales dejaron de bailar y detuvieron por un momento la fiesta, el oso, de inmediato se levantó y se dio cuenta que accidentalmente se había sentado sobre una rata blanca que se llamaba Ros, de inmediato el oso, apenado, le pidió disculpas y se sentó a un lado, y así la fiesta continuó. Todos en la fiesta bailaban con su pareja, menos el oso y la rata, que sentados uno enseguida del otro veían cómo el resto de los animales se divertían bailando y cantando sin parar, de pronto, el tronco en el que estaban sentados comenzó a rodar hacia atrás y de inmediato el oso y la rata se levantaron tambaleando para no caer, tanto estuvieron tambaleando que de pronto comenzaron a seguir el ritmo de la música y sin darse cuenta se pusieron a bailar juntos, al resto de los animales les causó mucha risa verlos bailar juntos; el oso, que nunca había bailado, comenzó a mover su cintura de una manera muy graciosa y con gran ritmo, la rata de igual manera saltaba y movía su colita bailando alrededor del oso; la noche continuó y los dos graciosos animales no se sentaron ni un momento divirtiéndose como nunca. Terminando la fiesta la rata y el oso se despidieron con una incontrolable risa en sus hocicos y se fueron cada uno de regreso a sus casas, contentos de haber disfrutado la mejor fiesta de sus vidas y durmieron pensando en lo felices que habían sido esa noche. El oso, sin borrársele la sonrisa de su hocico, movía su cadera dormido mientras la colita de la rata parecía no perder el ritmo; seguían soñando con la fiesta. A partir de esa noche la vida de Per y Ros cambió por completo, parecía que una pequeña pluma les revoloteaba en los estómagos cuando recordaban aquella feliz noche. Ansiosos esperaban el arribo de la siguiente luna llena para verse nuevamente.
Finalmente el día llegó, el oso se quitó el copete de pelo negro que tenía en la cabeza y se rasuró los pelos de la cola, tal vez pensando en verse menos diferente a su nueva amiga; la rata, por su parte, se puso unos zapatos de tacón tan alto que apenas podía caminar y se arropó con un abrigo de lana grueso y una flor amarilla en la cabeza para no verse tan bajita junto al oso. Camino al lugar de encuentro los dos estaban contentos y ansiosos por llegar a la fiesta, ambos se sentaron disimuladamente en el viejo tronco y tan pronto inició la música se tomaron de la mano y se dispusieron a iniciar el baile, el resto de los animales del bosque al poco rato comenzaron a susurrar al ver a estos dos seres tan distintos y felices, que solo tenían ojos para verse ellos mismos. Al rato se sentaron a descansar, y fue ahí cuando el gran oso Per, frente a todos los animales que estaban en la fiesta le declaró su gran amor a la rata Ros, la cual lo aceptó de inmediato, y después de un suspiro profundo, el oso abrazó tiernamente a la rata; al ver eso el resto de los animales detuvieron la música y dejaron de bailar, comenzaron a escucharse consignas en contra de esa absurda unión que parecía imposible que pudiera darse, Ros se ocultó llorando tras la pierna de Per mientras los animales continuaban maldiciendo su amor. El oso se enfureció como nunca y arremetió contra todos, de una patada apagó la fogata, todo mundo comenzó asustado a correr y las aves volaron desesperadas por los cielos; después de un fuerte rugido el silencio se apoderó de aquella fiesta. El búho, que era el jefe máximo de los animales del bosque ordenó al oso y la rata abandonar el bosque de inmediato, Per tomó a Ros con sus manos y uniéndola a su pecho se retiraron muy tristes y enojados, lejos del bosque.
Después de caminar toda la noche, finalmente se refugiaron en la cueva de una montaña solitaria, fuera del bosque.
El oso Per y la rata Ros vivieron enamorados y felices comiendo miel y frutas silvestres de las montañas, y aunque al parecer no les faltaba nada, pensaban de vez en vez en la imposibilidad de tener hijos, por la gran diferencia que había entre los dos.
Una noche despejada y de luna llena salieron los dos a platicar y tomar la luz de la luna que esa noche brillaba más que nunca. La rata, recostada sobre el pecho peludo del oso veía la luna en todo su esplendor y pidió al cielo con todo su corazón que le diera la oportunidad de procrear un ser que pudiera de alguna forma demostrarle a Per, el gran amor que sentía por él; al mismo tiempo, el oso pidió al cielo el mismo deseo; fue tanta la emoción que manifestaban en su ilusión, que una lágrima salió de sus ojos y rodando por sus caras finalmente cayeron juntas en el piso. El oso y la rata se levantaron y se fueron a dormir dentro de la cueva, mientras tanto, las lágrimas que quedaron fundidas en el suelo reflejaban con gran fuerza la luz de la luna, era tanto el brillo que salía de esa gotita de amor, que su luz se podía ver desde muy lejos.
Por la mañana Per comenzó a sentir sobre su cuello una extraña sensación, como si alguien lo estuviera lamiendo, aun dormido el oso reía al sentir cosquillas sobre su cuello, de pronto, cuando abrió los ojos se sorprendió al ver a su alrededor diez cachorros de animales que él nunca había visto, despertó de inmediato a Ros y se asombraron al contemplar a estas extrañas criaturas, eran diez cachorritos diferentes unos con otros, pero que tenían algo que realmente los identificaba entre sí, uno, por ejemplo, era chiquito y tenía el pelo corto, otro era grande y peludo, otro tenía manchas negras, uno más tenía la cabeza chata y así, todos tenían una forma especial. “Mira Ros, ese chiquito se parece a tí” –le dijo Per a la rata– “y ese grande y peludo tiene tu mismo pelo” –le decía Ros. Salieron de la cueva buscando a quien los había dejado, pero no encontraron a nadie. En realidad cada uno de estos animalitos tenía, de alguna manera, algo de cada uno de ellos. “Es lo que siempre quisimos tener” –dijo el oso. “El cielo finalmente nos escuchó” –decía Ros abrazando fuerte a Per, mientras aquellos animales se acercaban con mucho amor a ellos.
El tiempo pasó y el oso y la rata se encargaron de cuidar y educar con mucho amor a estos nuevos seres a los que llamaron “perros”, nombre que resulta de la unión y del amor que se tuvieron Per y Ros y que se reflejó en el regalo que el cielo les concedió.
El oso Per y la rata Ros, vivieron felices muchos años cuidando y educando a sus “perros” con mucho cariño. Y así fue como un nuevo animal, nacido a fuerza de amor y esperanza llegó a este mundo para que muchos años después fuera considerado el mejor amigo del hombre, que finalmente fue el animal que dominó la Tierra.
Fin