En cada pueblo de Nuevo León hubo o hay un personaje como éste, un hombre, músico de calles y cantinas que vive de “la cantada”… y de “la tomada”.
El de Sabinas Hidalgo se llamó Zaragoza Román (sic), murió el año pasado o el antepasado… no importa, lo que importa es atrapar en la crónica la figura callejera, la melancolía de una alegre música regional y la carga inseparable del acordeón como escudo de sí mismo.
Lírico como el silbido del viento de los montes fue músico de las calles, plazas y cantinas…por décadas fue un pueblerino fantasma sin invitación a los festines de la vida… solamente llegaba o paraba y … ”échate una Zaragoza”… y Zaragoza hacía resoplar su acordeón entonando sus canciones y corridos…
Vivía por el rumbo “de arriba”, como decían las gentes de antes, por el barrio de Sonora, al acabar las cuadras… nunca supe dónde, aún cuando, la verdad, vivía el mismo, en todas las calles, plazas y demás lugares públicos donde ofrecía su oficio de trovador… caminaba de lado, cada vez más de lado por la carga del acordeón y de la vida… Aquí, allá, una canción, un pie en la banqueta, el otro en la calle y en los versos improvisados las historias se narraban… al calor de “los tragos” la vida se observaba sí misma.
Compositor de tragedias y de amores en desgracia, Zaragoza Román (sic) hizo de su acordeón el instrumento de sus quehaceres sentimentales. Fue el juglar de una villa que se transformó en ciudad… al final caminaba si saber a dónde, hacia un horizonte que se había quedado atrás… en el ocaso de sus días, la ciudad no tenía lugar para la figura solitaria que era, solamente algunos vecinos de sus calles de siempre le recordaban…
Se fue Zaragoza Román (sic); un día partió al encuentro de la paz. Su acordeón y su música, sus andares y sus canciones quedarán por ahí, por todas partes… Fue un ángel de alas perdidas quien en vez de agua bendita se tomó de una vez y para siempre la cava de la viña del Señor, razón por la cual cumplió a cabalidad con la penitencia de cargar como cruz su acordeón y trovar por las calles sus sentimientos… todo lo cual era la música de su propia vida bohemia y el resumen de su misma tragedia, cual silencioso corrido.
La figura zigzagueante de las calles del viejo pueblo no pasará más, ni de ida ni de vuelta…en las banquetas nadie tocará más los corridos… el acordeón se quedó en la mesa y los últimos “tragos” apagaron la vida. Descanse en Paz…
N. de R.: El nombre real del personaje de este texto era Zaragoza Ramón.
10 de enero de 1987.